De cómo un hereje de Tolosa metió el Cuerpo de Dios en una colmena y se lo dio a las abejas para que se lo comiesen. "A aquel que se encarnó en la Virgen para ser visto no puede esconderlo ya nadie en ningún lugar."
Pues así como bajó de los cielos el que vino a tomar carne de la Virgen muy santa para demostrarnos que era Dios y hombre -esto no hay quien lo niegue-, no puede ocultarse su Cuerpo metiéndolo en cualquier sitio.
Una vez, en Tolosa, donde solía haber herejes de muchas clases que se negaban a creer en Dios y en su Madre y proclamaban a las claras que estaba perdido quien creía en Ellos, a pesar de lo cual asistían a misa y a las horas en las fiestas, según oí decir, y, además, comulgaban para disimular mejor, y todo esto que hacían les parecía bien.
Sucedió que, durante la Pascua, comulgó uno de ellos, tomó el Cuerpo de Cristo, pero no lo tragó, y entero, tal como lo tomó, lo conservó en la boca -todo ello con mucho disimulo, para que nadie se diese cuenta-, y fue así hasta su casa, con la intención de dejarlo en algún sitio malo; como a traición, se dirigió corriendo a un huerto que tenía, procurando que no le viese nadie ni advirtiese sus propósitos, y dejó la hostia en una colmena suya al tiempo que decía:
"Abejas, comed esto, que yo ya bebí el vino, y si sois habilidosas, a ver qué hacéis con ello."
Y tras decirlo se fue tan contento el descreído traidor. Llegado el tiempo en que se va a recoger el producto de las colmenas, fue aquél a ver las suyas muy decidido diciéndose:
"Veamos qué obra han hecho las abejas en la hostia." Y ni corto ni perezoso abrió la colmena con rapidez y lo que vio dentro fue una capilla con su altar y se fijó en que, sobre éste, había una imagen de la Virgen con su Hijo y percibió al tiempo un perfume tan delicioso que convirtióse al punto y acudió corriendo al obispo para confesarse bien y contarle este milagro, sin omitir nada, ante toda la clerecía.
El prelado, con buen criterio, mandó reunir a todos los fieles, mayores y pequeños, y salieron en solemne procesión a dar loores a la Virgen gloriosa, Madre de Nuestro Señor, y a ver la colmena; cuando contemplaron la obra, postráronse todos en el suelo para orar y, muy contritos, derramaron abundantes lágrimas mientras loaban a Santa María, que obra tales milagros junto a su Hijo Jesucristo, y, en santa paz, trasladaron la capilla a la catedral, para que fuera más vista.
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ResponderEliminarThanks for your words
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