jueves, 21 de mayo de 2009

MEMORIA SENTIMENTAL EN BLANCO Y NEGRO


Memoria sentimental
en blanco y negro
 
En la posguerra española, todo era pecado, la sexualidad era un tabú. Ibas al cine y un beso ya era un pecado. El que los novios fueran cogidos del brazo era pecado. Las películas estaban censuradas y si ibas a ver una clasificada para mayores con reparos, ya era suficiente para que te quitaran la insignia de Acción Católica. Tal era la moral católica en la época de Franco. El placer para la mujer estaba vedado. La sexualidad estaba limitada a la función procreadora. Las familias numerosas recibían premios y salían en las noticias.
Eran tiempos que las jóvenes españolas de hoy ni siquiera pueden imaginar. Hasta 1975, las españolas solteras no podían abandonar el domicilio familiar sin autorización paterna, casadas o no, la ley les impedía hacer cualquier tipo de contrato (incluso abrir una cuenta bancaria) sin permiso del padre o el marido. El adulterio se castigaba penalmente: en el caso del hombre si era público; en el caso de las mujeres, siempre. Francisco Franco, como los monarcas de la Edad Media, hacía descansar su dictadura sobre dos pilares: el estamento militar y el clero.
Se prohibieron además las lenguas minoritarias (vasco, gallego, catalán) castigando con multas e incluso cárcel, a quien las hablara en público. El minucioso control desplegado con respecto al lenguaje, tuvo también inesperadas consecuencias: convirtió a Caperucita Roja en "Caperucita Encarnada", y a la vulgar ensalada rusa, en "nacional" o "imperial".
A finales de los cincuenta, España era un país pobre, atrasado y rural, al borde de la bancarrota. Estábamos atrapados en una especie de pozo: había que confesarse, ir al culto, en Semana Santa se cerraban los cines... Era muy sofocante. En el oscurantismo que se vivía nos evadíamos con los tebeos y el cine. Quizá por ello la relación emotiva que sostenemos con esos compañeros de la niñez
Estos tebeos nos llegaban por capítulos, en el típico cuadernillo de 10 o 12 páginas. Cada cuadernillo solía terminar de forma que provocara la apetencia de la adquisición del siguiente cuadernillo. Eran unos tebeos en los que se podía añadir en cada momento lo que se deseara, de ahí las frecuentes improvisaciones, con lo que la historia principiase cortaba continuamente en episodios secundarios para dar más interés y acción al relato, por lo que el propio autor nunca sabia como acabaría su obra. Eran básicamente historias de puro entretenimiento, a la manera de los viejos pulps seriales (y por eso las historias siempre terminan con un continuará…).
A consecuencia de la censura oficial y la auto-censura social, todo lo relacionado con el sexo se convirtió en una especie de tabú. El rol hombre- mujer viene marcada por la identificación con el héroe infatigable y la mujer pasiva y sumisa respectivamente.
Pero vayamos al Defensor de la Cruz un tebeo que en ningún momento se puede decir que nos encontramos ante un trabajo que permanecerá imborrable en nuestra memoria, pero al menos es incontestable el esfuerzo del dibujante por hacer realidad una historia. Nada está ni de mas ni de menos: todo encaja, así el trazo negro, inquieto, esbozado y sin embargo tan expresivo
Vaya por delante que, personalmente, considero que Manuel Gago es un autor que dominaba a la perfección los mecanismos de la historieta. El Defensor de la Cruz es, a mi modesto entender, el perfecto mapeo de una época y de un imaginario que no ha muerto, ni morirá por mucho tiempo.

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