domingo, 7 de noviembre de 2010

«Hay que devolver a la vida cuanto nos da»

JOSÉ LUIS SAMPEDRO
«
Hay que devolver a la vida cuanto nos da»

Paseando por el jardín de un balneario en Alhama de Aragón, José Luis Sampedro (Barcelona, 1917) recuerda cuando en los años cincuenta recorrió la comarca en busca de documentación para la novela 'El río que nos lleva'. Dividía entonces su vida laboral entre la Administración -trabajaba en Aduanas- y la Universidad, y la literatura era una forma de conocerse a sí mismo y a los demás. Ha pasado más de medio siglo y ahora Sampedro, cuyo vigor al hablar contrasta con la dificultad de su caminar, es uno de los intelectuales más respetados de España, en su doble faceta de economista y escritor. Lo es también por el fuerte contenido ético de su discurso, en el que reclama justicia y un modelo de desarrollo muy distinto del actual. Desde la atalaya de su edad, sentado en el local del viejo casino del balneario en el que ha escrito buena parte de sus novelas, Sampedro repasa su biografía en presencia de Olga, su esposa -con quien está escribiendo un ensayo en el que expone sus ideas sobre el mundo actual-, y sostiene con ímpetu que hay que devolver a la vida cuanto nos da.
-Nació en Barcelona pero pasó su infancia en Tánger. Siempre ha dicho que eso marcó su vida.
-Mi padre era médico militar y, cuando yo tenía año y medio, fue destinado a Tánger, donde estuvimos casi 13 años. Tánger era entonces una ciudad internacional, una verdadera mezcla de culturas, lenguas y monedas. En mi colegio había niños de muchas religiones, y unos celebraban la fiesta el domingo, otros el sábado y otros el viernes. Aquello era una lección de tolerancia, en una ciudad pacífica y muy permisiva en lo cultural.

-A los 15 años toma libremente la decisión de no ir a la Universidad. ¿Por qué?

-En esos años, mantener dos o tres hijos estudiando era muy gravoso, así que, como era el mayor de los hermanos, decidí acabar el Bachillerato y opositar. Hice dos cursos en un año y me puse a preparar las oposiciones. Eso me dio la oportunidad de estar dos años en una academia en Madrid, y también fue muy importante en mi vida.
-Pues aquello fue porque mi sueldo era modesto, tenía una familia a la que mantener y hermanos a los que ayudar. Así que colaboré en esa revista de la que hablaba, en la que participaban Lina Canalejas y Adrián Ortega. Trabajé algo más en el campo del teatro. Una de mis obras, 'La paloma de cartón', ganó el premio Calderón, y 'Un sitio para vivir', que es una obra muy fácil de hacer, se ha montado muchas veces por parte de grupos de teatro aficionado. Pero ahí acaban mis relaciones con la escena. El teatro exige relacionarse, moverse, para poder estrenar y eso es algo que no me gusta. Ahora estoy pendiente de una adaptación de 'La sonrisa etrusca', que se estrenará el año próximo. Me hace ilusión verla.
. Allí, en aquellas aulas, me encontré con la pobreza y la injusticia y descubrí lo apasionante que es estudiar eso. Me lo tomé muy en serio y cuando acabé, en 1947, me ofrecieron dar clase allí mismo.

Viraje a la izquierda-
Comenzó así su carrera docente, que simultaneó con su trabajo como funcionario y asesor de un banco. Esas ocupaciones le permitieron viajar por Europa y conocer de primera mano la realidad de otros países y otros modelos políticos y económicos, y darse cuenta de la tristeza y la opresión en la que transcurría la vida en su país.

-¿Empezó entonces su tránsito intelectual hacia la izquierda?

-A mí en esos años me torturaba el concepto de libertad de pensamiento aunque de lo que se hablaba era de libertad de expresión. Todo ser humano tiene no el derecho sino la obligación de pensar libremente. Si no existe esa libertad, da igual que luego seamos libres para expresarnos. Siempre estaré a favor del pensamiento libre. Nuestra misión es hacernos, aportar a la vida cuanto nos ha dado, y eso requiere una vida pensada. El Papa habla siempre de relativismo, pero lo contrario es ser absolutista. Ylos dogmas petrifican la libertad de pensamiento.

-¿Por qué?

-Creo en la vida espiritual, pero no en el alma. Si asumimos que por tener alma somos los reyes del Universo, nos creeremos con derecho a hacer lo que queramos. Eso aumenta la soberbia del hombre y lo pone contra el mundo. La idea de la inmortalidad es la coartada para muchos desafueros. Vas a una cruzada porque Dios lo quiere y entonces ya no eres responsable de lo que pase. Pero, ¿quién nos demuestra que Dios lo quiere? Todo lo que somos es energía. Yo creo en eso. Creo que el hombre en el Universo es como una célula en mi cuerpo. Pero hay que procurar ser una célula digna, dar de sí cuanto uno puede dar.

-En su generación, no pocos jóvenes de derechas terminaron por hacerse de izquierdas. Pero en la siguiente lo más habitual ha sido lo contrario. ¿A qué se debe?

-No es más que una manifestación de la degradación de la cultura occidental. Muchos valores han caído: la libertad, la dignidad... Hoy los intereses son mucho más importantes que los valores y por eso la máxima referencia es el dinero, aunque a veces se llama competitividad o innovación. Hay una gran diferencia entre la economía de los años cuarenta y la actual.

-¿Cuál?

-Entonces, los libros hablaban de las necesidades humanas y cómo cubrirlas. Hoy se crean primero los productos y luego se generan las necesidades. Nosotros nos vimos viviendo en la defensa de los valores. Luego las cosas cambiaron, y creo que eso explica ese tránsito de la izquierda a la derecha por el que me preguntaba.

Ya era un economista célebre y respetado cuando se lanzó su carrera literaria. Había escrito su primera novela antes de los 20 años, pero fueron 'Congreso de Estocolmo' y 'El río que nos lleva', esta última publicada en 1961, las que le dieron una celebridad que se vio consolidada con 'Octubre, octubre', para él la mejor de sus obras.

-Funcionario, profesor, asesor de un banco y novelista. ¿Cómo organizaba su vida?

-Siempre he trabajado mucho. Me levantaba a las cinco de la mañana y me ponía a escribir. A las nueve llegaba al Ministerio, hasta la una. A veces tomaba una clase de Estadística para mejorar mi formación matemática. Luego, volvía a casa, comía y descansaba un poco antes de ir a la Universidad, donde muchas veces redactaba apuntes con otros compañeros porque apenas había libros que sirvieran a los alumnos. Dormía no mucho más de cinco horas al día.

-¿Qué era entonces la literatura,una doble vida?

-Doble, o triple. Lo que hacía en el Ministerio era más rutinario porque me pasaba el día redactando informes. A mí lo que me salvaba era, primero, la Universidad, porque siempre me ha gustado muchísimo dar clases, provocar en mis alumnos el pensamiento libre, y después la literatura.

-Ser un contador de historias en un zoco, como ha dicho alguna vez. ¿Economista durante el día y creador de personajes y deicida, como ha dicho Vargas Llosa, durante la noche?

-Claro. Me entusiasma imaginar, pensar, estar con el personaje, tratar de ver cómo sería su vida, qué haría en tal situación. Estoy encantado con eso y lo hecho lo mejor que he podido. Ya sé que la autenticidad no es una categoría literaria pero sí humana, y yo he buscado esa autenticidad.

-En una ocasión dijo que usted era del tipo de economista que trata de que los pobres sean menos pobres. ¿Ycómo escritor?
-Si he conseguido conmover, ayudar a comprender lo que somos, me doy por satisfecho. El novelista es un arqueólogo de sí mismo. Escribo para conocerme a mí mismo y así comprender a los demás. Comprenderlos, no juzgarlos.

Panorama desde la altura .
Sampedro pasea por los jardines del balneario y comenta, entre foto y foto, que recuerda con nitidez el olor de las plantas aromáticas que crecen en los riscos que rodean el pueblo y que solía recorrer en sus vacaciones hasta no hace demasiados años. Nunca más podrá volver a hacerlo, le dice a Olga, pero lo hace sin nostalgia, sin recrearse en un tiempo que ya es historia.

-Ha confesado que se siente fuera de su tiempo. ¿Cuándo empezó a verse así, en la Transición?

-No, antes. En Mayo del 68 se vio aquella pintada de 'Paren el mundo, que me apeo'. Yo empecé a apearme por entonces, viendo cómo crecía una demencial obsesión por el lucro, por un desarrollo económico que es insostenible. En 2.000 años de cultura occidental, el progreso técnico ha sido enorme, pero seguimos teniendo guerras. Hay más facilidades que nunca para la comunicación pero no paramos de levantar muros, físicos o administrativos. Se habla de globalización, pero solo de la económica; nadie quiere saber nada de la globalización de la justicia o de la sanidad, o de la educación. Por eso vivo al margen de muchas cosas.
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