martes, 24 de mayo de 2011

Economia y Justicia por J.M. Soroa



Hay una afirmación que, de puro rutinaria, se está convirtiendo poco menos que en un axioma para la opinión pública: la de que la actual crisis económica la están pagando aquellos que no han tenido culpa alguna en su producción. La están pagando los ciudadanos en general, mientras que la responsabilidad de su origen recae en algunos gestores de los mercados financieros.
Se trata de una idea que contiene una parte de verdad, la de que el Gobierno debería hacer pagar por sus errores y excesos a esos gestores financieros, y la de que constituye un verdadero escándalo que sigan enriqueciéndose cuando los demás sufren. Pero que también lleva implícita una sugerencia intelectual plenamente falsa e incluso peligrosa: la de que la economía podría y debería responder en su funcionamiento a criterios morales o a criterios de justicia. Porque lo que sugiere esa letanía (la de que los muchos están pagando los errores de unos pocos) es la de que realmente podría suceder de otra manera si la economía estuviera organizada con criterios de justicia distributiva que dieran a cada uno lo suyo. Es decir, se está diciendo, más o menos claramente, que la economía de mercado debería producir resultados justos, debería retribuir a cada uno según su esfuerzo, su acierto o la corrección moral de su obrar. Y esto es un error en el plano intelectual y una tentación peligrosa en el político. Porque, expongamos ya de entrada el núcleo de la afirmación de este comentario, la economía moderna no responde al código binario de lo justo/injusto en ninguna manera que este se interprete. La economía de mercado no tiene nada que ver con la justicia. Y, peor todavía, es bueno que así sea si queremos que funcione y pueda reproducirse la base material de la sociedad.
Pretender que los sectores sociales 'inocentes' no deberían verse afectados negativamente por la crisis causada por otros es algo así como pretender que los ciudadanos japoneses no deberían verse afectados por el tsunami porque no son culpables de él: es obvio que las fuerzas de la naturaleza no responden al criterio de lo justo. El lector protestará de la comparación y dirá: sí, pero en el caso de la economía no estamos ante fuerzas impersonales de la naturaleza, sino ante actuaciones humanas concretas a cuyas consecuencias sí que puede aplicarse la justicia: que paguen solo los culpables. Sin embargo, la idea sigue siendo igual de equivocada: la economía de mercado no es desde luego 'natural', pero comparte con los procesos de la naturaleza ciertas características, señaladamente la de tratarse de un proceso que no puede planificarse ni dirigirse por un designio humano deliberado (por eso el mercado siempre ha resultado antipático u odioso a los filósofos morales). La economía de mercado funciona gracias a una serie infinita de interacciones humanas no susceptibles de planificación y que, provistas en sí mismas de unas finalidades particulares y limitadas, generan un resultado sorprendente: el progreso material de la sociedad. Pero este resultado es inintencional, nadie lo busca deliberadamente al comprar, vender o invertir. La economía no responde a un diseño global intencional y, por ello, tampoco responde a criterio alguno de justicia: un individuo o un empresario pueden esforzarse más que nadie y, sin embargo, obtener un resultado económico muy pobre a cambio de sus esfuerzos. Lo estamos viendo todos los días, en economía el éxito no retribuye automáticamente el esfuerzo, ni de las personas ni de los países: hay quienes trabajan mucho y solo obtienen pobreza, y hay quienes trabajamos mucho menos y obtenemos bienestar: ¿injusticia? No, el código al que responde el sistema económico es otro muy distinto, el de beneficio/pérdida.
Por eso es peligroso y mixtificador el dogma prevaleciente en torno a los efectos de la crisis: porque da a entender que 'podría existir' una economía en la que los errores de unos empresarios o ejecutivos no perjudicasen a los demás partícipes del sistema; porque sugiere que 'podría organizarse' un sistema económico que estuviera regido por la justicia y en el que cada uno obtuviera directa y linealmente lo que mereciese según su esfuerzo, y en el que los aprovechados no obtuvieran nada sino fracaso. Y sugiere más, sugiere que si no lo organizamos así desde ahora mismo es porque los gobiernos no lo quieren, o porque unos siniestros intereses no les permiten hacerlo. A pesar de que toda la historia moderna demuestra lo contrario, persiste hoy todavía la idea subyacente de que la economía es (debería ser) asunto de corrección moral.
Y si no es así, ¿dónde queda la justicia?, dirá el lector. Pues queda en otro subsistema social, el político. A la política le caben sólo dos misiones con respecto a la economía: vigilar para que las reglas del mercado se conserven y apliquen con toda la pureza posible, por un lado, y corregir los efectos desafortunados de la lógica económica sobre las concretas personas que componen la sociedad ('preservar el mundo de la vida'). Tarea difícil, por mucho que vivamos ahogados por recetas simplificadoras de todo tipo. Y tarea humilde, muy lejos del espíritu heroico que impregna casi siempre la visión de la política como palanca del cambio social. Pero lo que no cabe, lo que sería realmente funesto para el progreso de la humanidad, sería intentar organizar un sistema económico en el que la justicia fuera su valor central: por ejemplo, 'de cada uno según sus capacidades y a cada uno según sus necesidades'. Esto ya se intentó y sabemos que no funciona, que así solo se consigue detener o averiar el motor económico del mundo.
Comprendo la desilusión de algunos y sé de la indignación de otros ante estas ideas, pero no hay alternativa al hecho de que la economía no es justa ni injusta, sino otra cosa distinta. Es bastante fácil estafar intelectualmente a una juventud que se emborracha de indignación moral y omite la necesaria reflexión. Pero al final de la estafa sólo espera la frustración.

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