domingo, 29 de septiembre de 2013

Petra, criada para todo .



Enseñar al que no sabe
  El maestro afecta la eternidad;
nunca se sabe hasta donde llegará su influencia.
- Henry Adams ;

Cada vez es más frecuente encontrar maestros desconsolados. No se trata de penurias laborales, cuestiones de escalafón y otros asuntos por el estilo, sino de pura y simple desolación profesional. Los maestros, los profesores encargados de enseñar a nuestros hijos, están atacados por una suerte de desánimo que ha llevado a muchos a declarar que, si no lo dejan, es porque no encuentran la manera. Es una situación que debería provocar auténtica alarma social, porque se trata de la educación de los jóvenes de este país, pero parece que a todo el mundo se le da una higa, como si considerasen que, en lo que atañe a los jóvenes, éste es un periodo que se pasa por las buenas, lo mismo que el acné. A su vez, los profesores universitarios se quejan de la extraordinaria carencia de cultura general que caracteriza a las nuevas hornadas de alumnos. A lo que parece, estamos construyendo una cadena de errores que comienza en la escuela primaria y culmina en la licenciatura académica.
La situación de los maestros, para los cuales enseñar es una profesión deseada o incluso una vocación, es poco menos que heroica. El valor de un maestro es el de su sabiduría y el de la capacidad de transmitirla; se le llama maestro porque sabe, y ese saber le otorga una autoridad; su autoridad proviene de la aceptación de su conocimiento superior; el ejercicio de la autoridad se funda, por tanto, en la transmisión del conocimiento y, de acuerdo con él, la capacidad de decisión a la hora de ordenar el régimen de estudio de los alumnos. No cabe duda de que habrá maestros que se aprovechen de su posición para ejercer el autoritarismo en vez de la autoridad, pero dejemos bien claro que la autoridad no es autoritarismo. La autoridad se basa en el conocimiento; el autoritarismo, en la arbitrariedad en el ejercicio del poder.
Soy maestro, no profesor. El maestro es causa ejemplar. Esto supone que no se es simplemente profesor de unas materias. Se es profesor de un ser humano. La preocupación de maestro no puede centrarse en si el curso y sus temas fueron cubiertos satisfactoriamente, sino en cuanto creció su pajarito como persona. El alumno tiene que actualizar sus potencias, llegar a ser lo que tiene que ser. Nada enseña tanto como el ejemplo. En el cuento "Las ruinas circulares" Jorge Luis Borges narra la historia de un hombre que tenía un sueño: hacer otro hombre. Para ello llegó al más remoto de los sitios, lleno de ruinas y con una mínima posibilidad de sobrevivencia. Se dedicó a pensar y pensar, convocó todas las energías de su cuerpo y de su espíritu, para plasmar su deseo. Agotó su propio cuerpo en el intento, se olvido de cualquier otra pasión, solo vivió para ese imposible. Hacer otro hombre es la utopía del maestro. Hacer otro hombre como él para que pueda ser distinto a él. Construir una casa para que otro ser viva en ella. Dar toda el alma para que el alma del otro pueda volar sola.
Tengo el convencimiento, de que las obras más honestas, son aquellas que nacen del corazón. Y puesto que con absoluto convencimiento y descaro quiero ser llamado alguna vez, “maestro”, intentaré cumplir con la asignación de definir, lo que esto es, desde la perspectiva de mí propio corazón, sinceramente, sin ruborizarme y convencido de lo que pienso, tanto, que lo escribo y rubrico. “Ser maestro” es tener la vocación de vivir con pasión, la ciencia y el arte, de esculpir el cuerpo, la mente y el espíritu de los niños, para que sean un todo armónico, hermoso consciente y bueno, para lo mejor y para el bien, insuflando en sus corazones, la inspiración de crecer, hacia la luz y hacia el amor. Con los maestros tecnócratas y especialistas, las pizarras, son monstruos de espanto, dragones inmensos y malvados de color verde, la tiza, es un artilugio de hechicería, que te hace estornudar y picar la nariz, un pupitre, no es más que un ingenio de tortura y de terror y el salón de clases, un abismo oscuro y sin fondo. Los maestros y las maestras, -los de verdad-, son magos, hadas maravillosas capaces de convertir el monstruo en corcel, el artilugio en rienda, el ingenio en carro y el abismo, en una llanura infinita, donde perseguir y lazar los sueños.

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