domingo, 16 de febrero de 2014

Patriotismo. Pío Baroja


PATRIOTISMO
 La falta de un sentimiento patriótico natural, biológico, falta que se observaba en nuestra juventud, se debía indudablemente al abuso hecho por los políticos de la retórica patriótica, que les servía de capa para cubrir sus insensateces. Esta falta de patriotismo natural de gran parte de la juventud literaria de mi tiempo no era sólo culpa de ella, sino principalmente de los políticos, que miraban el patriotismo como una maniobra retórica para disimular errores y torpezas. Esta retórica antipática, de final de banquete, si alguna vez tuvo eficacia, la llegó a perder. Después, en la época posterior a la nuestra, que se ha considerado dominada por una idea pesimista, se adelantó y se mejoró evidentemente en todos los órdenes en España.
Cuando tenía yo veintitantos años y había acabado la carrera no me sentía nada claro, ni siquiera español ni vasco. Al ir a ejercer a Cestona comencé a encontrarme vasco, y al salir por primera vez de España a pasar una temporada en París comprendí que era fundamentalmente español en algunas cualidades y en muchos defectos.
 Varias generaciones sucesivas no parecían sentir de una manera eficiente el patriotismo. ¿De quién era la culpa? El patriotismo había tomado un aire tan palabrero que a la mayoría de las personas le parecía, sobre todo en los discursos, algo vacío, una habilidad de prestidigitador. Al mismo tiempo que el patriotismo declinaba en medios intelectuales se hablaba de la decadencia de España. Esta idea es una idea vieja y se ha dado muchas versiones sobre ella. En mi tiempo creo que provenía principalmente de ver a los grandes países de Europa ya constituidos en equilibro estable y definitivo, mientras nosotros teníamos agitaciones interiores y exteriores, que los Gobiernos no sabían resolver. La idea se modificó después de la guerra mundial y el equilibro de las naciones poderosas que semejaba un estado definitivo y permanente se convirtió en un desequilibrio difícil de atajar.
Muy posible es que no hubiera en España un motivo serio de pesimismo y que el país en sus capas interiores no lo sintiera; pero había ciertos núcleos intelectuales con una neurosis deprimente.
La política era la principal causante de esta depresión. No podía atender a las necesidades del país, se convertía en un mandarinato chino. El camino de la vida pública estaba abierto únicamente para los hijos, para los yernos y para los favoritos de los grandes personajes. Se hacía una selección al revés en las altas esferas, y esta involución tenía que llegar a todos los organismos del Estado y hasta de la

 En un mundo en el cual el único valor era la intriga y la oratoria, atrincherado por hijos, yernos, amigos y hasta criados, no podía entrar el aire de la calle. La gente con condiciones naturales se hacía hostil. Era lógico en tales condiciones que la astucia y el trabajo de zapa tuvieran más importancia que las condiciones y el mérito.
Pasados los tiempos de neurosis pesimista muchos hemos reaccionado hacia el patriotismo, no hacia el patriotismo retórico y hueco de frases hechas, sino a una preocupación de los problemas y de las cuestiones de nuestro país y, sobre todo, de la tierra.
Para sentir el patriotismo yo al menos no he necesitado el enterarme bien de las épocas brillantes de la historia de España. Me ha bastado conocer los primeros tiempos del siglo XIX, de alteraciones y de dolores, porque en las acciones históricas me ha entusiasmado más el ímpetu que el éxito y más el merecimiento que la fortuna. Así, he seguido con tanto interés las empresas de Zumalacárregui como las hazañas de Hernán Cortés, narradas un poco enfáticamente por Solís, y esto no quita para que considere al héroe de la conquista de Méjico como uno de los grandes astros de la historia de España. También me ha entusiasmado más el Empecinado que Cristóbal Colón o que el Gran Capitán. El resultado de la empresa no es lo que más me ha ilusionado. Los esfuerzos de los que no tuvieron éxito y conservaron la energía y el valor dan todavía una impresión más efusiva que los que llegaron al éxito y a la fama. Al mismo tiempo que el conocimiento del país y de la Historia, quizá no del todo completa, nos ha acercado al patriotismo, la gran literatura y la gran pintura española. Leerla con desapasionamiento y contemplarla de la misma manera es el modo de apreciarla. Para lo que tiene valor en sí no se necesita el ingrediente de la retórica patriótica. El patriotismo viene después como una consecuencia biológica más que como una idea a priori.
¡Qué hombres ha tenido España en el dominio de la acción! Loyola, San Francisco Javier, Hernán Cortés, Pizarro, Vasco Núñez de Balboa, el Empecinado, Zumalacárregui. ¡Qué tipos de piedra y de acero!
En la literatura nos hemos encontrado identificados con Gonzalo de Berceo, con el poema de Fernán González, con el Romancero, con el Arcipreste de Hita, con Jorge Manrique, con San Juan de la Cruz y con fray Luis de León; después hemos vivido en la intimidad de la obra de Cervantes, de Calderón y de Gracián y más tarde aún en la intimidad de Espronceda, de Larra y de Becquer. Ha podido uno comprobar también, si no por una lectura completa, la crítica y la ciencia profunda de Mariana, del padre Flórez, de Hervás y Panduro, de Jovellanos, de Masdeu y de Cean Bermúdez.
En la efusión artística hemos tenido épocas de entusiasmo por El Greco, por Velázquez, por Zurbarán y por Goya, y nos hemos esponjado contemplando con alegría el plateresco y el barroco españoles. Yo no creo que se pueda hablar muy en serio de ciencia española, como habló Menéndez Pelayo, porque en este respecto España es donde ha sido más débil; pero sí se puede hablar de la cultura española. Esta es una de las tres o cuatro más importantes del mundo moderno.
Antiguamente se presentaba a España en los países del norte de Europa y, en general, en los protestantes con una porción de sombras recargadas. Hoy se ve que esas sombras no son mayores de las de los demás países. El mundo culto no tiene hoy sobre Felipe II o sobre San Ignacio de Loyola, puntos neurálgicos, la impresión que tenía hace doscientos años. El mundo ha querido comprender y ha llegado a comprender.
Se ha ensanchado el sentido de la comprensión para España y para los demás países; claro es que no se ha llegado a la comprensión completa, y como es casi imposible en la lucha de los pueblos, cuando hay pasión, saber quién está en lo cierto y quién no, al último se coloca uno del lado de su país cuando cree que tiene toda la razón y también cuando la tiene sólo parcialmente.

 

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