Un archidiácono erudito se unió a la Orden Dominicana. Santo Domingo se complació y salió con el hombre a predicar. Mientras ellos predicaban, el archidiácono sufrió un dolor severo. Los doctores dijeron que su caso no tenía remedio y que seguramente moriría.
Mientras el archidiácono yacía allí, Dominic oró a la Virgen para que lo curara. La Virgen se le apareció al archidiácono y lo consoló. También vinieron muchas otras vírgenes; recitaron las oraciones de sus libros y ungieron la cabeza, el cuerpo y los pies del archidiácono.
Santo Domingo, que yacía en otra habitación, vio aparecer a la Virgen y el archidiácono fue ungido. Se llenó de alegría y dio gracias a la Virgen. Después de haber sido completamente ungido, María ascendió al cielo con las vírgenes, y el archidiácono quedó completamente curado.
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