sábado, 21 de diciembre de 2019

235 Cantigas de Santa María




Esta es de como Santa María devolvió la salud al rey Don Alfonso cuando estuvo en Valladolid tan enfermo que se le daba por muerto.
 Agradecer beneficios es meritorio; no agradecerlos, muestra de falsía y maldad.
 En relación con estas razones os contaré un gran milagro que le ocurrió a Don Alfonso, rey de Castilla, de León, de Andalucía y de los demás reinos que hay allí; fijaos bien en él y no en otra cosa. Este rey loaba de corazón, sinceramente y más que a nadie, a Santa María y no se cansaba de servirla noche y día, pidiendo morir en su servicio, sabedor de su benevolencia y de que nunca escatima sus bienes.
Y tanto insistía en pedírselo que una noche se lo concedió en sueños, lo que le produjo gran contento al despertar y le hizo loar a la Virgen, Señora espiritual.
Luego sufrió muchas contrariedades, que os iré contando: Una vez fueron algunos nobles que, por lo que sé, se conjuraron contra él para que dejase de ser su rey, y eso que eran parientes suyos que le debían pleitesía y que, aparte de esto, habían recibido muchos bienes de él, aunque sin agradecérselo ni valorarlo, pero la Virgen le consoló diciéndole: "No te preocupes, que, aunque lo que pretenden es una gran deslealtad, yo desbarataré lo que están tramando para que nunca puedan lograr sus deseos, pues mi Hijo Jesucristo está de tu parte y, de hoy en adelante, te guarda muy bien de gran pecado mortal.
" Todo esto hizo la Virgen, que bien le vengó de ellos, y, más tarde, cuando el Rey enfermó gravemente en Requena y todos temían que muriese, le curó por completo de aquel mal. Este milagro que hizo por él fue comienzo y señal de los bienes que le hizo e iba a hacer. Después, cuando salió de su reino para ir a ver al papa que había entonces, volvió a enfermar tan gravemente que le dieron por muerto a consecuencia de su mal.
Acudió a Montpellier, y tan enfermo estaba que todos los médicos de allí, uno por uno, creyeron, sin ninguna duda, que iba a morir, pero la Virgen Santa María, Señora muy leal, le curó bien, de modo que, a los pocos días, pudo cabalgar de nuevo y tornar a su tierra para reponerse del todo, pasando por Cataluña, que hubo de cruzar en largas jornadas, como viajero con prisa, para entrar en Castilla, donde acudían a verle todos sus súbditos y le decían: "Señor, feliz día este en que os vemos". Pero luego, podéis creerme, fue traicionado más aún que el rey Don Sancho en Portugal, ya que la mayor parte de los nobles se conjuraron, como bien sé, para desposeerle del reino, quedarse con él y repartírselo, pero les salió mal la jugada, pues Dios elevó al Rey a la cima y a ellos los bajó al valle. Más tarde, cuando vivió en Vitoria un año y un mes aquejado de grave dolencia, el rey de Francia se movió contra él con mucha tropa, pero terminó siendo más cortés, pues Dios deshizo su arrebato como el agua deshace la sal.
Y después le curó de muchos otros males, graves y severos, que sufrió en Castilla, donde el Hijo de Dios quiso que pudiera tomar cumplida venganza de aquellos que habían sido sus enemigos y le habían perseguido. E igual que arde un cirio ardió la carne de aquellos que no querían mujer, otros se fueron al diablo y, si Dios quisiera, allá podían ir todos los que obran así, que muy poco me importa el mal que les pueda sobrevenir por eso.
 Luego, el Rey iba a dejar Castilla con ganas de ir a la frontera, pero la Señora de bondad no quiso que viajase sin haberse curado mejor y para eso le hizo tener fiebre general por todo el cuerpo, de la que le curó como le había curado de las otras enfermedades; esta vez, donde creyeron que se moría fue en Valladolid, donde la Señora de prez terminó por curarle, pero antes quiso que en aquella ocasión se sintiese próximo a morir. Era el día de la Pascua y en fecha tan feliz, cuando se enciende el cirio pascual, la Santa Emperatriz quiso que viviese, no que tuviera que comparecer en juicio por todos los actos de su vida, y se ocupó de confortarle, que bastante estaba sufriendo, y le libró por completo de todas sus dolencias, llevándole de la mano, sin velo, más resplandeciente que el cristal o el rubí.
Todo esto lo hicieron, a la luz del día de Pascua, Ella y su Hijo. Aquel que murió en la cruz que llevó a cuestas y que interpone siempre su merced y su gracia para salvarnos del peligro temporal. Todo esto, sí, hace la Virgen, creedme, para darnos aquí buena vida y luego buen fin; loémosla por eso, que nos meta en el jardín de su Hijo y que nos libre del tremendo fuego infernal.






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