viernes, 13 de noviembre de 2009

EL COLOSO DE RODAS. Manuel López


Memoria sentimental en blanco y negro
La generación nacida en el curso de la década de los 40 y principios de los 50 fuimos, indirectamente, los promotores de un cambio en la vida y desarrollo de la juventud de la época. Las madres dejaron de acompañar a sus hijas al baile, por lo que se pasó a bailar cogidos por el cuello y la cintura. Los jóvenes de esos años nos volvimos más rebeldes, lo demostrábamos llevando los chicos el pelo largo y las chicas minifalda. Exigíamos nuestro lugar en el mundo, nacieron nuestras ansias de libertad. Por desgracia en más de una ocasión topábamos con la cruda realidad. Los "grises" (policía) montados a caballo y con porras de 4 m. se encargaban de recordarnos que estábamos en la España de Franco, su España.
Con todo, las chicas, empezaron a abrir tímidamente sus puertas, comenzaba una nueva era en la relación entre hombre y mujer, había más igualdad y se expresaban mas fácilmente los sentimientos hacía el otro sexo. Los tabúes sexuales comenzaban su retroceso inexorable...
En Barcelona nacieron los Clubes ¿Quién no recuerda el San Carlos, El 22 o el San Diego? Era la época de las Fiestas Particulares o Guateques en el que el pinchadiscos era cualquier voluntario. Los discos giraban muchas veces, se repetían... hasta dejarlos con más surcos que cuando se habían comprado. Muchas fueron las parejas que se formaron en esas fiestas, unas más duraderas y otras menos.
Los que vivimos aquellos tiempos en nuestro propio apogeo vital sabemos lo que significó aquél túnel de silencio. Todo lo que se callaba. La frustración de lo que no fue pero que pudo haber sido. Como aquel amor de miradas y quimeras, de fábulas interiorizadas, aquel amor idealizado, intruso y aplazado hasta siempre.
La década de los 60 fue también la de la Beatles. El cuarteto de Liverpool llegaron a España dispuestos a tocar ante un público que asistía al mundo del pop como ante un espejismo en medio de un páramo. Se hablaba de ellos como si fueran el terror mismo para la juventud. Considerándoles como traducción misma del diablo.
Fue también la década de El Cordobés (Manuel Benítez) del que se decía que pasaba mucho de ortodoxia torera, pero llenaba las plazas como ningún otro torero. Otro héroe de esa década fue Manolo Santana que ganó el trofeo Wimblendon. Pero hubo otros héroes: José Luis López Aranguren, Enrique Tierno Galván, Mariano Aguilar, Montero Díaz y García Calvo fueron apartados de sus puestos docentes en las Universidades de Madrid y Barcelona acusados de incitar actividades subversivas.

Aunque la noticia internacional que más confundió y dividió entre la suspicacia y la esperanza a muchos españoles fue el Concilio Vaticano II. Se abría así una renovación obligada en uno de los argumentos del régimen franquista, la religión. El miedo comenzaba a difuminarse en medio de los ecos fastuosos que aún resonaban de las celebraciones de los 25 Años de Paz.
Hay que situarse en aquella España ultracatólica donde las parejas no podían besarse en las calles para entender lo que sentíamos. Para los de mi generación los años que van del 62 al 70 son inolvidables a pesar del paso por el obligatorio Servicio Militar.
La década de los 60 significó un cambio profundo para los de mi generación. El acceso a otras formas de ocio y el recrudecimiento de la censura, hicieron entre factores, que el tebeo fuera cediendo progresivamente el puesto que para mi alcanzó en los años precedentes.
Una década que se nos fue y en la que yo dejé de leer tebeos. Leer tebeos, al igual que ahora, siempre ha estado mal visto y más si has pasado una edad que la gente considera “normal” leer tebeos.
a los veinte años, yo atendía asuntos demasiado terrenales para prestarles la debida atención a los héroes que fueron compañeros inseparables de infancia y adolescencia: novia, fútbol, literatura y un trabajo realizado con desgana y que compaginaba con los estudios, copaban todos mis empeños.
Siguió pasando el tiempo. Encontrándome ya en mis treinta y un años y recién casado, la Editorial Valenciana reeditó a todo color El Guerrero del Antifaz. La nostalgia, los sueños proporcionados por aquellos entrañables tebeos, en cuyos recuerdos tenía un lugar preponderante el héroe enmascarado que volvía así a entrar en mi vida. Al Guerrero siguieron Purk, El Hombre de Piedra, El Pequeño Luchador, Yuki el temerario y Piel de Lobo.
El calendario siguió su inexorable recorrido. A mis cuarenta años conocí al más vital, entusiasta y desprendido coleccionista de tebeos. El mundo de la imagen en blanco y negro que dominaba mi vida desde una niñez penetrada por los tebeos se concentró en esa maravillosa tebeoteca.
Gracias a esto me di a la tarea de leer, leer y leer. Desfilaron delante de mis ojos viñetas que yacían en el baúl de los recuerdos y conocí otras muchas de las que ni tan siquiera sabia que habían existido. Y descubrí un escenario donde los recuerdos brotaban en ese mismo lenguaje que me había conquistado hacía ya muchísimos años.


Así empezó todo. Por eso escribo hoy sobre El Coloso, y por eso sonrío mientras tecleo estas líneas. Hace cuarenta y cuatro años debiera haber contraído una deuda con él y con el hombre que lo creó: López Blanco, quien desarrolla con maestría una trama en que la aventura son lo primordial, y en la que tiene cabida sutil sentido del humor que es difícil encontrar hoy en día.
¿Por qué un tebeo conserva, renueva o potencializa su capacidad de comunicación a través del tiempo? ¿Cómo los integrantes de una nueva generación, creados y criados en nuevos contextos, con diversos entornos culturales, pueden disfrutar o reflexionar, o ambas cosas a la vez, con un tebeo concebido cuarenta y pico años atrás? ¿Qué magia explica esa maravilla?
Más allá de la barrera idiomática, la historieta es arte secuencial y visual. El saber usar las herramientas del lenguaje de la historieta es indispensable y en eso la mayoría de dibujantes de posguerra eran unos maestros. Sus viñetas se desarrollaban claras, con personajes definidos, con fondos claros, y en donde cada viñeta se concatena claramente con la otra. En sus páginas se nos invitaba a viajar por un mundo plagado de fantasía: historias de terror, leyendas, monstruos, hadas, gnomos, personajes de ciencia-ficción, etc. En la época dorada de los tebeos, lo que importaba era la historia, la acción y la aventura.
El espíritu del folletín pervive en la historieta de aventuras, como se puede observar de forma diáfana en tantos de nuestros queridos cuadernillos aquí en nuestro país.
A mi juicio eso de las reediciones está bien, muy bien. Porque nos permite disfrutar de una

cantidad de material gigantesco a un precio relativamente asequible. A mí me ha para situar a una serie de autores y, en general descubrir un mundo borroso por el paso del tiempo y por lo incompleto e inconexo de las historias que había leído.
MANUEL LÓPEZ

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