lunes, 22 de marzo de 2010

Los tebeos de aventuras en España (I)


A pesar de los años transcurridos desde que se publicaron por primera vez, todavía son popularmente conocidos - aunque cada vez menos- aquellos tebeos apaisados que proliferaron en los tiempos pasados, concretamente en las décadas de los cuarenta, cincuenta y sesenta del reciente pasado siglo XX.
¿ A quién no le suena aunque sea de nombre, el Capitán Trueno ? Las múltiples ediciones de sus aventuras se han encargado de refrescar la memoria a quienes las leyeron en su juventud y de darlas a conocer al público más joven. Pero cientos de héroes como él, que en aquellos años se paseaban en olor de multitudes por los quioscos españoles, no han tenido la misma suerte y han caído en el olvido de los nuevos lectores, permaneciendo sólo en el recuerdo de un puñado de aficionados nostálgicos.
Fue una época gloriosa para los tebeos españoles que aprovecharon las escaseces posbélicas y la calma del preconsumismo para emerger de las ruinas de la guerra civil y alimentar las ilusiones infantiles de varias generaciones,, porque a partir de entonces los tebeos de aventuras crecieron y se multiplicaron siguiendo el sabio consejo bíblico, hasta constituir, junto con el cine, el entretenimiento fundamental de miles de adolescentes hasta la llegada devastadora de la televisión.
Al acabar la guerra se produjo una especie de ruptura con todo lo anterior. Y no sólo en el terreno político. Los tebeos participaron de esa ruptura y tuvieron que partir casi de cero. Pero sólo casi, porque ya se sabe que lo posterior no puede prescindir totalmente de lo anterior, y si quiere tener algún sentido ha de aprovechar lo aprovechable de lo que ha precedido.
Ya en los años cuarenta había tebeos de todas clases, de humor y de aventura, realistas y caricaturescos, revistas ed historietas y tebeos monotemáticos, monográficos y seriados, apaisados y verticales, para niños y para adolescentes, para públicos masculinos y femeninos.

Lo cierto sin embargo es que, aunque no hubiera todavía una distinción clara- que años más tarde vendría impuesta por la autoridad- entre los tebeos puramente infantiles y los tebeos para adolescentes, éstos se inclinaban preferentemente por las historias de aventuras, mientras los niños, incapaces aún de mostrar sus preferencias, se conformaban con los tebeos humorísticos que les proporcionaban los mayores con el pretexto de que eran menos perjudiciales para la infancia. Y es que en aquellos años la propaganda en contra de los tebeos estuvo a la orden del día. Con cierta regularidad los medios de comunicación pulsaban la opinión de intelectuales y educadores que proclamaban a los cuatro vientos la perniciosa influencia de los tebeos en la formación de los jóvenes que debía sólo basarse en los valores espirituales que proporciona la lectura de los clásicos y no en las desquiciadas fantasías que pueden conducir a la enajenación de las mentes aún no formadas. Pero esta influencia maligna venía referida especialmente a los tebeos de aventuras, no a las historietas cómicas, que con su sano e inocente humor hacían surgir la sonrisa en los rostros angelicales de los niños. Sin embargo si estas opiniones pudieron ocasionar dificultades a algunos lectores de tebeos, no constituyeron ningún tipo de obstáculos para que éstos se siguieran editando sin grandes inconvenientes, si bien sometidos a una regulación legal cada vez más estricta.

Pues bien, los jovencitos de la época, los que leían tebeos, los que soñaban y se ilusionaban con hazañas imposibles , preferían los tebeos monotemáticos a las revistas de historietas , y entre ellos, los cuadernos de aventuras. No importaba que el esquema argumental fuera siempre el mismo, que los buenos terminaran venciendo perpetuamente a los malos en un juego elemental de confrontación ética. Lo que importaba en realidad en realidad era cómo se libraba la batalla, qué es lo que tenía que hacer el bueno para vencer al malo y cuáles eran los obstáculos que éste le iba poniendo a lo largo del camino. Bastaba con que el malo, hciendo gala de su innata perversidad grabada en las duras facciones de su rostro, pusiera en peligro la integridad de algún inocente al terminar el cuaderno, para que sus ilusionados lectores permanecieran una semana más intrigados e incluso preocupados por saber como acabaría de solucionarse el intrincado asunto.
Los tebeos de humor provocaban la risa momentánea y se olvidaban, cualquiera que fuese la profundidad sociológica que años más tarde les descubrirían los estudiosos del tema. Los tebeos de aventuras, en cambio, permanecían durante mucho tiempo en la mente de los lectores juveniles y les seguirían después, cuando dejaron de ser jóvenes, para entrar a formar parte de los recuerdos nostálgicos de la adolescencia.
No todos los tebeos monotemáticos pertenecían al genero aventurero. Los había también humorísticos. Externamente eran similares a los otros , pero su dibujo, ya desde la portada, hacía que al primer vistazo se digieran perfectamente de ellos. En realidad también estos tebeos monotemáticos humorísticos tenían mucho de aventureros, porque en definitiva lo que relataban era una extensa aventura cómica, o no tan cómica, muy distinta de las breves historietas que componían las revistas humorísticas de la época.
A estos tebeos monotemáticos hoy, cuando ya no existen más que en el recuerdo de los nostálgicos y en el archivo de los coleccionistas , se les suele llamr, sobre todo por los historiadores del medio y por la crítica especializada, “ cuadernos de aventuras “.

SALVADOR VÁZQUEZ DE PARGA.
Extraído del libro " Los tebeos de aventuras en 200 portadas
"

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