sábado, 11 de septiembre de 2010

Recuperar la alegría de enseñar.




VICENTE CARRIÓN ARREGUI es PROFESOR DE FILOSOFÍA DE ENSEÑANZA SECUNDARIA en un centro de Secundaria de Miranda de Ebro*. Antes lo fue en el Instituto Francisco de Vitoria (VITORIA-GASTEIZ).
Fue galardonado en el 2006 con el Premio Nacional de Periodismo "Emilio Romero" que se otorga en la localidad abulense de Arévalo por el artículo "¿Respetar la ignorancia? Platón y el bebeuve" publicado el 5 de junio del pasado año en el Diario Vasco. El ganador de esta edición trabajo como profesor de Diversificación Curricular .
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* Los municipios burgaleses cercanos al País Vasco son otra de las salidas para los docentes que se van de la comunidad [autónoma vasca]. Es el camino que tomó Vicente Carrión, profesor de Filosofía. Encaja en el grupo de los que apostaron en un principio por quedarse en su plaza e intentar aprobar el euskera. Estaba muy contento con su trabajo en un instituto de Secundaria de la capital alavesa, el Francisco de Vitoria. Aprobó la prueba oral de euskera, pero no superó el examen escrito. Era funcionario de carrera, tenía su plaza asegurada y se quedó a la espera de lo que le ofreciera Educación. No fue nada bueno. Su instituto mantuvo el modelo A, de enseñanza en castellano, y acabó por acoger lo que en el sistema educativo se denomina la 'diversidad': alumnos con necesidades especiales, los estudiantes con fracaso escolar y la inmigración. Su plaza de Filosofía en castellano desapareció. Durante un tiempo impartió clases de 'Habilidades sociales' en un módulo de FP. Después le tocó dar música y gimnasia a alumnos de 'diversificación curricular', los chavales con dificultades de aprendizaje. «Creí que podría adaptarme, pero no fue así. No era lo mío», comenta este docente guipuzcoano.

«Recuperé a Platón»

Carrión vio el futuro negro y en 2006 se presentó a un concurso de traslados para funcionarios. Cogió su último tren. Consiguió plaza en un centro de Secundaria de Miranda de Ebro. Con 50 años ha vuelto a dar Filosofía en Bachillerato. «He recuperado a mis 'platones' y 'aristóteles' y estoy encantado. Me ha supuesto una liberación», reconoce orgulloso. Recuerda que a su alrededor ha visto «un gran drama personal» durante los últimos años que estuvo en Vitoria. «A muchos les costó sangre, sudor y lágrimas el euskera. Gente mayor que se veía obligada a robar horas de estar con su familia para ir a clase y hacer los deberes del euskaltegi», relata.

Junto al sentimiento de haberse ido en silencio, sin protestar y sin que nadie moviera un dedo por ellos, los docentes en el exilio coinciden en que están satisfechos con unos destinos que consideran tranquilos. «La opción era estudiar euskera, que es como preparar otra vez unas oposiciones, o irme. No me lo pensé», recuerda una profesora de Matemáticas, vecina de Vitoria, que quiere ocultar su identidad. Logró una plaza en el instituto Montes Obarenes de Miranda de Ebro en 1990 y ahora se confiesa «encantada». «Los chavales aquí son como en cualquier otro sitio, pero te evitas todo ese rollo político. Y doy clases en mi lengua», añade.

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