A finales del siglo XVIII, la máquina de vapor, impulsó la revolución industrial, cambió la faz del mundo y se convirtió en la columna vertebral del progreso. De su mano vinieron novedosos paisajes como la extensión del capitalismo, el de la clase obrera, el nacimiento del socialismo, la expansión del colonialismo, etc. Dicha máquina, digámoslo así, sustituyó al músculo humano. Hoy en día, las actuales tecnologías con su vocación, digámoslo así también, de reemplazar al cerebro, está provocando mutaciones aún más inéditas y formidables todavía. Todos somos conscientes que todo está cambiando: el contexto económico, los datos políticos, los parámetros ecológicos, los valores sociales, los criterios culturales y las actitudes individuales e incluso la educación en todos sus ámbitos. Las tecnologías de la información y de la comunicación, así como la revolución digital, nos adentran en una nueva era cuya característica es el transporte instantáneo de datos y la proliferación de enlaces y redes sociales. Internet constituye el corazón y la síntesis de la gran mutación en marcha, las autopistas de la información suponen hoy lo que antes los ferrocarriles en la era industrial, es decir, factores potentes de impulsión y de intensificación de intercambios. Por otro lado hemos sido testigos de una variopinta avalancha de teorías pedagógicas, hemos asistido al desfile de modas psicológicas y al carrusel de teorías de la educación.
La Ilustración habló de la escuela como de la gran liberadora, un pensamiento seudo-progre atacó la escuela porque 'reproducía' la ideología dominante, después llegó la moda tecnoeconómica que atribuyó al sistema educativo la tarea de proporcionar mano de obra capacitada y eficaz. Mientras, opinión transversal donde las hubiera, se busca que la escuela asegure el porvenir laboral de los jóvenes. Pero, es que ¿qué tenemos que enseñar a nuestros alumnos? Hay quien dice, entre otros el filósofo José Antonio Marina, que procede trabajar en una nueva concepción de la inteligencia como instrumento para ponerse en condiciones de alcanzar la felicidad y no como un recolector de conocimientos etc. etc. Bien, pero, ¿y realmente esto 'sirve'?
Porque ciertamente a todos nos preocupa, digámoslo así, el nivel de vida alcanzado o a alcanzar y obviamente la educación debe colaborar a lograrlo, o a mejorarlo. Pero, ¿qué entendemos por un buen nivel de vida? Obviamente, creo que estaremos de acuerdo en afirmar que no sólo consiste en identificarlo con la renta per cápita. Un buen nivel de vida es también, creo, el que asegura a cada ciudadano mayores posibilidades de acceder a la felicidad personal y a una convivencia digna. En la escuela, por lo tanto, se deberá implementar todo lo indispensable para conseguir ambas finalidades. El dinero confiere posibilidades, sin duda, pero no sólo el dinero. Todo lo que amplíe nuestro campo de acción, nuestras destrezas, conocimientos, capacidades, hábitos creadores, energías, ánimos, es una riqueza personal insustituible. Habrá que impulsar y aumentar los recursos intelectuales, afectivos y críticos de nuestros alumnos para que tengan posibilidades de ser felices. Y ello incluye también, por supuesto, que puedan acceder al mundo del trabajo. Hablo de una persona con posibilidades, ciudadano con dignidad y trabajador con seguridad económica, es la triple meta de la educación.
Ante la pobreza, el desempleo y la disminución de oportunidades sociales, procede proporcionar a los jóvenes los conocimientos, las técnicas y los valores que necesitarán para enfrentarse a algunas de las cuestiones más urgentes de nuestro tiempo. Los sistemas educativos dependen de la idea prefigurada de inteligencia que reposa en cada contexto social, en cada sociedad concreta. Y la nuestra está experimentando un cambio de paradigma. Durante largos períodos se ha defendido que la función principal de la inteligencia era conocer. Ahora hemos descubierto que también consiste en dirigir el comportamiento de la persona para salir bien parados de la situación en la que se encuentre. De todas maneras, no nos olvidemos que el fenómeno educativo, la educación y la enseñanza son motivo continuo de reflexiones, optimistas y pesimistas, dudas y preocupaciones. Hoy también, y así de abrumado se manifestaba hace unos cuantos años J.C. Tedesco, exdirector de Educación de la Unesco: «Siempre se ha hablado de crisis de la educación, pero la actual tiene características peculiares: no sabemos qué enseñar, ni quien debe de hacerlo, ni para qué». ¿Será para tanto?
Uno recuerda aquel ya lejano 'Florido Pensil' tardofranquista y estima que hemos avanzado en la buena dirección. Entiendo como docente en activo que el reto es seguir acertando, continuar haciendo caminos corajudos por encima siempre de las dificultades y desafíos que irán acechando a la enseñanza y a la educación con el devenir de los nuevos tiempos. Eso sí, valorando siempre conceptos como esfuerzo y superación, deberes y obligaciones, autonomía y solidaridad.
José Manuel Bujanda Arizmendi.
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