domingo, 20 de marzo de 2011

Complacidos de la mediocridad


DESDE que Michael Young a finales de los años 50 escribiera 'The Rise of Meritocracy', mucho se ha reflexionado en torno al valor que como sociedad debemos atribuir al talento. Quizá, más que nunca, en la difícil situación económica y social que atravesamos, lo mejor que podemos hacer para abrirnos paso es aprovechar este valioso recurso, motor del desarrollo de una sociedad y de su crecimiento a largo plazo; más que los recursos naturales u otros factores de riqueza.
Para ello, el talento tiene que apoyarse en la iniciativa, en la dedicación y en el trabajo de la personas y, además, en la capacidad de arriesgar y ponerse a prueba en un contexto de libre concurrencia. No es una tarea fácil. Muy pocos estarían dispuestos a asumirla si no tuviesen la confianza de que su esfuerzo puede obtener una justa recompensa. En otro caso, cualquier progreso es en parte ficticio. También la igualdad de oportunidades. Una sociedad que no recompensa adecuadamente el talento perjudica sobre todo a quien más necesita demostrarlo para tener oportunidades en la vida.
Tristemente, el reconocimiento del mérito, a diferencia de otros países o culturas, es una cuestión todavía pendiente en nuestro país. No está suficientemente desarrollado. Existe cierta complacencia con la mediocridad y una aversión a la diferenciación y a premiar el talento debidamente.
La asignación adecuada de éste en la economía requiere un desarrollo óptimo previo de las capacidades innatas -algo que le conferimos al sistema educativo- y una remuneración que premie el esfuerzo -que atribuimos al mercado de trabajo-. ¿Cumplen su cometido? Parece que no del todo.
Educación viene del verbo latino 'educere' que significa extraer. La educación, por tanto, consiste en sacar lo mejor de nosotros mismos, poner en valor todo nuestro talento y sentar las bases para que podamos progresar socialmente. Hoy, sin embargo, en España 750.000 jóvenes entre 18 y 24 años ni estudian ni trabajan. Toda una generación perdida y talento desaprovechado; algo que una sociedad no puede permitirse. Tras años de reformas educativas la tasa de abandono escolar es alarmante en nuestro país, muy por encima del resto de países de Europa. Desde hace 15 años una tercera parte de los jóvenes españoles abandona sus estudios sin conseguir un título de enseñanza secundaria. Además, el 42% de los alumnos de 15 años no está matriculado en el curso que le corresponde a su edad, es decir, ha repetido curso en alguna ocasión.

Mientras en el resto de Europa la situación es bien distinta, en España el problema comienza a ser preocupante. La causa no es una diferencia en la distribución del talento entre países. Nuestros alumnos son tan talentosos como los alemanes, los finlandeses o los coreanos. Dejando a un lado si el problema es de más o menos recursos (no lo es), lo que nos encontramos es un sistema educativo que descuida el talento, que no incentiva el esfuerzo ni la capacidad de superación, actitudes que deben comenzar a incubarse en los colegios y acabar forjándose en nuestras universidades e instituciones de educación superior que han de primar la excelencia de manera inequívoca.
Estos valores se han visto desplazados por la confusión entre igualdad y uniformidad de resultados y el rechazo al mérito como valor diferenciador. Asimismo, la universidad española, en términos generales, no parece haber prestado hasta la fecha suficiente atención a la excelencia.
El mercado de trabajo tampoco parece hacerlo mejor que el sistema educativo. Lo que se observa es un comportamiento de la prima salarial de la educación muy inusual en nuestro país. Mientras en la OCDE invertir en educación es cada vez más valorado por el mercado de trabajo, la situación en España ha sido la contraria. El premio a la cualificación ha descendido en los últimos veinte años. Entre las razones, una regulación laboral que ha incentivado la temporalidad y una excesiva rotación involuntaria dificultando la acumulación de experiencia laboral y los incrementos salariales que normalmente la acompañan.
Si la inversión en educación es cada vez menos rentable en España, nuestros jóvenes están recibiendo mensajes desalentadores. Primero, que estudiar no merece la pena, pues no sirve para promocionar social y laboralmente. Lo que en parte explica por qué nuestros jóvenes obtienen tan malos resultados educativos en PISA. Y segundo, que quienes aun así confían en el reconocimiento del mérito, lo mejor que pueden hacer es buscar las oportunidades en otros países, lo que, sin duda, está ocasionando la fuga de talentos y nuestro empobrecimiento como sociedad.
Afinar los mecanismos a través de los cuales reconocemos el mérito es un reto que nos concierne a toda la sociedad. No hacerlo es un error. La mediocridad es un cáncer que más pronto o más tarde pasa factura. No perdamos más tiempo.

Pedro Landeras.

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