miércoles, 14 de marzo de 2012
Asombrarse o morir.
.- “La más bella y profunda emoción que podemos probar es el sentido del misterio. En él se encuentra la semilla de todo arte y de toda verdadera ciencia. El hombre que ha perdido la facultad de maravillarse es como un hombre muerto, o al menos ciego”, escribió Albert Einstein. Esta capacidad de admirarse es propia del artista y el científico geniales, pero también de todo ser humano que, alguna vez, fue niño, y que no ha matado aquella actitud fundamental que nos abre al mundo como un regalo, una aventura y un misterio. Toda vida creativa, sea de un hombre de fama o de un niño anónimo, es fruto del asombro.Los filósofos griegos situaban el origen de la sabiduría en una actitud que denominaron thaumazein. Nosotros solemos traducir esa palabra por admiración o por asombro, pero también significa, en algunos contextos, maravilla e, incluso, veneración. Todos estos significados vibran en el interior de la expresión griega y todos ellos son, en diversos contextos y sentidos, origen del pensamiento innovador y de una vida creativa. El asombro nos despierta al misterio luminoso de la vida, al dramatismo de la existencia, nos descubre como protagonistas de una aventura arriesgada y retadora, siempre nueva.Sin asombro, permanecemos encarcelados en el sueño de las sombras, caemos en la rutina, en lo siempre igual, todo nos parece seguro y acabado, evidente, sencillo, neutral… y nada nos libera de lo ya dado, sabido o hecho. Ponemos el piloto automático y toda novedad, todo acontecimiento, quedan relegados a un funcionamiento mecánico que asfixia nuestra condición personal. Nosotros mismos podemos volvernos extraños, extranjeros en nuestra propia casa, trabajo y vida.El asombro se mueve en un delicado equilibrio entre la atracción y curiosidad que nos suscita una realidad y el sumo respeto que nos inspira, tensión que los clásicos llamaron veneración. Sin atracción, sin curiosidad, sin querer acercarse y comprender lo maravilloso (sin querer, en cierto modo, apropiárnoslo), todo lo que nos rodea acaba por sernos indiferente. Por otro lado, sin una atención respetuosa (sin guardar ante ello cierta distancia), corremos el riesgo de apagar lo maravilloso con nuestros prejuicios o manosearlo y reducirlo a nuestros intereses. Podemos rastrear las huellas del asombro en todo inventor, en todo filósofo, en todo creativo, en toda persona de vida feliz de la que tengamos noticia. A leer la autobiografía o los diarios de un gigante descubrimos que su saber mirar y su dejarse sorprender por lo que existe fue el primer paso para despertar a su propia vocación. Cuando el hombre alcanza, en algún ámbito de su vida, ese delicado equilibrio entre la atracción y el respeto, esa vida, esa acción, esa persona, empieza la aventura de hacerse, a sí misma, luminosa y venerable.
(Álvaro Abellán)
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