domingo, 1 de noviembre de 2015

Romance de la luna






Este texto correspondiente al Romancero gitano de García Lorca es un claro exponente de la personalísima simbiosis entre tradición y vanguardia que caracteriza al poeta andaluz. Así, valiéndose de los elementos de un molde claramente arraigado en nuestra lírica –el romance –, los reelabora y recrea logrando encarnar de manera sugerente algunos de los temas, obsesiones y símbolos más representativos de su obra. En síntesis, el poema nos cuenta una sencilla y conmovedora historia: la muerte de un niño gitano en una noche de luna llena. Ahora bien, en García Lorca es casi una constante la fusión entre realidad y mito, de modo que se puede decir que la realidad se transustancia en el mito de una forma original y atractiva. De esta manera, la anécdota se diluye en un confuso y abigarrado mundo de sensaciones que enlazan con lo primigenio y eterno: el ancestral temor ante la muerte. Lo que queda tras la lectura es, fundamentalmente, la impresión de lo fatal. Al leer los ocho primeros versos nos encontramos con una escena llena de vida: es de noche, estamos en una fragua y un niño contempla embelesado la llegada de la luna:

a luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira, mira.
[…]
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura
sus senos de duro estaño.


Como podemos advertir, el poema comienza con una prosopopeya mediante la cual la luna, dotada de atributos femeninos y ataviada anacrónicamente con un polisón, se presenta en la fragua, es decir, en el ámbito de los gitanos. El polisón de nardos constituye una original metáfora preposicional «a de b»(1), puesto que los nardos metaforizan la blanca y brillante luz de la luna. Reparemos en que el poema comienza con la utilización del tiempo verbal característico de la narración: el indefinido vino que, además de situarnos en un clásico espacio narrativo, supone la adopción de un punto de vista interno respecto del espacio de la acción, ya que se dice vino en lugar de fue; es decir, el narrador se adscribe implícitamente al mundo evocado en calidad de testigo ocular. Los cuatro primeros versos se dividen en dos mitades equivalentes, la segunda de las cuales presenta al otro personaje de la trama: el niño. Destaca el contraste entre la normalidad gramatical del primer artículo –la luna– y la transgresión de la norma al presentar determinado a un ser que todavía no lo está –el niño–. Aparte de esto, resalta también el juego de las alternancias verbales que García Lorca toma prestado del Romancero viejo en que lo narrativo (tiempo pasado) y lo lírico (tiempo presente) se funden. Así, frente al pasado narrativo vino nos encontramos con el presente la mira, mira que actualiza la acción y que nos lleva de la narración de un hecho que ya pasó a la contemplación presente de la escena. Tampoco debe pasar inadvertido el típico fenómeno lírico de la repetición de una palabra –la mira, mira– en abierta consonancia paradigmática con el título –Romance de la luna luna–. Dicha repetición, tan característica de las canciones de corro, no sólo impregna la escena de un halo ingenuo e infantil, sino que potencia asimismo el aspecto durativo de la perífrasis siguiente: la está mirando. En cuanto a la caracterización de los personajes, se opone la actitud activa de la luna frente a la pasiva y contemplativa del niño, lo cual anticipa lo que va a ser el desarrollo y desenlace del romance. Sabemos que para Lorca la luna es símbolo de muerte, pero al principio de la composición no nos muestra todavía su guadaña. Aparentemente esta bella luna es diferente de esa luna negra de los bandoleros de la Canción de jinete o de aquella luna menguante que pone cabelleras amarillas del Muerto de Amor. Esta luna sensual y seductora realiza cual «bailaora» gitana una suerte de danza provocativa en la que agita los brazos y muestra el busto igualmente metaforizado por la fórmula «a de b»: senos de duro estaño. En la doble adjetivación lúbrica y pura encontramos un fenómeno antitético, ya que fonéticamente los dos vocablos constituyen una rima interna en asonancia que a su vez nos remite al título –luna–, creándose así una afinidad en el plano de los significantes muy evidente, mientras que los significados establecen en principio una clara oposición entre pureza y lubricidad, paradoja que se resuelve si reconocemos que la lubricidad es pura por ser instintiva. También salta a la vista la personificación del aire que parece hacerse eco de la conmoción que experimenta el niño y que a su vez constituye un presentimiento del drama que se avecina: A partir del verso noveno asistimos al tenso diálogo entre el niño y la luna:

 Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.
– Niño, déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.
– Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
– Niño déjame, no pises
mi blancor almidonado.



Federico García Lorca (Fuentevaqueros, 5 de junio de 1898 - Víznar, 19 de agosto de 1936). Poeta y dramaturgo español. En 1915 comienza a estudiar Filosofía y Letras, así como Derecho, en la Universidad de Granada. Forma parte de El Rinconcillo, centro de reunión de los artistas granadinos donde conoce a Manuel de Falla. Entre 1916 y 1917 realiza una serie de viajes por España con sus compañeros de estudios, conociendo a Antonio Machado. En 1919 se traslada a Madrid y se instala en la Residencia de Estudiantes, coincidiendo con numerosos literatos e intelectuales.

Junto a un grupo de intelectuales granadinos funda en 1928 la revista Gallo, de la que sólo salen 2 ejemplares. En 1929 viaja a Nueva York y a Cuba. Dos años después funda el grupo teatral universitario La Barraca, para acercar el teatro al pueblo, y en 1936 vuelve a Granada donde es detenido y fusilado por sus ideas liberales. Escribe tanto poesía como teatro, si bien en los últimos años se volcó más en este último, participando no sólo en su creación sino también en la escenificación y el montaje. En sus primeros libros de poesía se muestra más bien modernista, siguiendo la estela de Antonio Machado, Rubén Darío y Salvador Rueda. En una segunda etapa aúna el Modernismo con la Vanguardia, partiendo de una base tradicional. En cuanto a su labor teatral, Lorca emplea rasgos líricos, míticos y simbólicos, y recurre tanto a la canción popular como a la desmesura calderoniana o al teatro de títeres. En su teatro lo visual es tan importante como lo lingüístico, y predomina siempre el dramatismo. En la actualidad Federico García Lorca es el poeta español más leído de todos los tiempos.

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