Accentus Ensemble.
Thomas Wimmer
El folklore compartido por las gentes de los extensos espacios aledaños e internos de todo el Mediterráneo es muy rico y muy significativo. Lo forman un conglomerado de experiencias y saberes trasvasados en varias direcciones, manifestados por escrito y también oralmente en diversos tipos de formas creativas, como relatos y poemas, refranes y cantos, por sólo citar ahora algunos géneros literarios, cultos y populares.
Este folklore que circula desde todos los tiempos por el Mediterráneo se ha disfrutado y disfruta mucho, y se ha estudiado y estudia con tesón, también de forma polémica. Temas concretos viajan entre siglos y pueblos, cruzan a veces culturas locales y espacios enormes, y aparecen aquí y allá más o menos adaptados y retocados, remitiéndonos –desde luego- a la esencia común del ser humano, dicho sea en general, pero también, y mucho más en concreto, indicando el carácter y las acciones de las sociedades fronterizas, como aquí nos interesa, conectadas con varios ámbitos por procesos de trasvases e intercambios consumados en tiempos y espacios compartidos.
Esto ocurre con la famosísima canción castellana, o zéjel, de las “Tres morillas me enamoran en Jaén”, cuya primera documentación escrita se localiza en el Oriente árabe en el siglo IX, cuando también llegaría a al-Andalus, desde donde pasó a un registro escrito en castellano, con sus muy significativas adaptaciones, a principios del siglo XVI.
Conviene advertir que en esos trasvases hispanoárabes de canciones, la de las “Tres morillas” no fue un suceso aislado, pues, por poner un solo ejemplo, ahí está la titulada “Calvi arabí”, también transferida al castellano2, con testimonios escritos en El Libro de Buen Amor (1330 y 1343), con razón denominado Libro de los cantares, señalada por el trovador portugués Gil Vicente (c.1465 – c. 1536), y por Francisco de Salinas (Burgos, 1513 – Salamanca, 1590), en su De Musica libri septem (Salamanca, 1577)… Además, “Calvi arabí” se propagó oralmente en coplas cotidianas y populares, por Julián Ribera llamadas “canciones de rueda de los muchachos”, y así resultó tan difundida y característica que quedó fosilizada en el fragmento mínimo de “carabí” y menos veces como “garabí”, incrustado en versos de Antonio Machado, en Nuevas canciones (Madrid, 1924), y en otros testimonios literarios
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