Esta es de cómo la imagen de Santa María tendió el brazo y cogió el de su Hijo que quería caer de la pedrada que le había dado un tahúr. "Pues que Dios quiso ser Hijo de la Virgen, por salvarnos a nosotros, pecadores, por ello no me maravillo si le pesa quien la hace apenarse." Porque Ella y su Hijo se hallan juntos por el amor, de modo que nunca por nada podrán ser separados y, por lo tanto, dan prueba de ser necios los que van contra Ella creyendo que a El no le atañe. Esto hacen los malhadados que este amor no quieren comprender, cómo la Madre y el Hijo están de acuerdo en hacer bien y en castigar el mal. De esto sucedió, y ya ha pasado mucho tiempo, que el conde de Poitiers quiso entablar batalla con el rey de Francia, y se reunieron sus gentes en Chateauroux, un monasterio de monjes ordenados, que el conde mandó deshacer porque sospechaba que querían entregarlo a los franceses. En cuanto fueron expulsados los monjes, muy malas gentes se fueron a meter allí: vagabundos y jugadores de dados, y otros que les traían el vino a vender y, entre estos desventurados, hubo uno que, al comenzar a perder, denostaba a los santos y a la Reina sin par. Pero una mujer que, por sus pecados, habia entrado en la iglesia, como suele acaecer, a donde solían vestir los sagrados ornamentos los monjes, cuando iban a decir sus misas, porque vio que estaban allí bien tallados en piedra Dios y su Madre, presto se puso de hinojos ante ellos y comenzó a culparse. El tahúr, cuando esto vio, la miró con ojos airados y comenzó a maltratarla diciendo: "Vieja, están muy engañados los que quieren creer en las imágenes de piedra; y porque veas lo equivocados que están, quiero yo ahora acometer a aquellos ídolos pintados." Y fue a tirarles una piedra. Y dio en el Hijo, que tenía alzados ambos brazos, en acritud de bendecir, y, aunque no le rompió los dos, uno hubo de caer en seguida, pero la Madre puso los suyos sobre él, con lo que fue a levantarlo, y dejó caer la flor que tenía entre los dedos. Mayores milagros aún hubo Dios mostrado allí, porque hizo correr sangre clara de la herida del Niño, y los paños dorados que tenía la Madre hizo que descendiesen bajo las tetas, de modo que quedaron desnudos y a la vista los pechos; aunque no gritaba puso el rostro de llorar, y, además, volvió los ojos, tan airados, que cuantos antes le solían ver estaban tan espantados que ni osaban mirarla. Y los demonios, reunidos luego, contra el que había hecho tal cosa, tal como monteros bien mandados, fueron en seguida a matarlo. Otros dos tahúres endemoniados hubo allí que fueron a esconder al tahúr muerto; sin embargo, los endiablados, con gran rabia, comenzaron a roerlos todos, y fueron ahogados en el río, porque el demonio no les dio vagar, para que fuesen escarmentados luego cuantos de esto oyesen hablar. El conde, cuando esto oyó, vino con caballeros armados, y fue a apearse ante la iglesia; y uno de aquellos caballeros más atrevidos dijo así: "No me cabe esto en el corazón; (a ver si) la piedra que me abrió las quijadas y me la véis traer, y que (por curarla) hube pagado muchos dineros, ¿no me la querrá sanar?". Cuando esto dijo, fue luego a meter bajo la imagen las piernas y costados y la cabeza y luego los huesos fueron bien soldados y devolvió la piedra por la boca. De esto fueron maravillados todos y él fue a poner la piedra, ante la imagen, sobre el altar estando allí hombres honrados.
viernes, 4 de noviembre de 2016
038 Cantigas de Santa María.Châteauroux.Le couvent des cordeliers
Esta es de cómo la imagen de Santa María tendió el brazo y cogió el de su Hijo que quería caer de la pedrada que le había dado un tahúr. "Pues que Dios quiso ser Hijo de la Virgen, por salvarnos a nosotros, pecadores, por ello no me maravillo si le pesa quien la hace apenarse." Porque Ella y su Hijo se hallan juntos por el amor, de modo que nunca por nada podrán ser separados y, por lo tanto, dan prueba de ser necios los que van contra Ella creyendo que a El no le atañe. Esto hacen los malhadados que este amor no quieren comprender, cómo la Madre y el Hijo están de acuerdo en hacer bien y en castigar el mal. De esto sucedió, y ya ha pasado mucho tiempo, que el conde de Poitiers quiso entablar batalla con el rey de Francia, y se reunieron sus gentes en Chateauroux, un monasterio de monjes ordenados, que el conde mandó deshacer porque sospechaba que querían entregarlo a los franceses. En cuanto fueron expulsados los monjes, muy malas gentes se fueron a meter allí: vagabundos y jugadores de dados, y otros que les traían el vino a vender y, entre estos desventurados, hubo uno que, al comenzar a perder, denostaba a los santos y a la Reina sin par. Pero una mujer que, por sus pecados, habia entrado en la iglesia, como suele acaecer, a donde solían vestir los sagrados ornamentos los monjes, cuando iban a decir sus misas, porque vio que estaban allí bien tallados en piedra Dios y su Madre, presto se puso de hinojos ante ellos y comenzó a culparse. El tahúr, cuando esto vio, la miró con ojos airados y comenzó a maltratarla diciendo: "Vieja, están muy engañados los que quieren creer en las imágenes de piedra; y porque veas lo equivocados que están, quiero yo ahora acometer a aquellos ídolos pintados." Y fue a tirarles una piedra. Y dio en el Hijo, que tenía alzados ambos brazos, en acritud de bendecir, y, aunque no le rompió los dos, uno hubo de caer en seguida, pero la Madre puso los suyos sobre él, con lo que fue a levantarlo, y dejó caer la flor que tenía entre los dedos. Mayores milagros aún hubo Dios mostrado allí, porque hizo correr sangre clara de la herida del Niño, y los paños dorados que tenía la Madre hizo que descendiesen bajo las tetas, de modo que quedaron desnudos y a la vista los pechos; aunque no gritaba puso el rostro de llorar, y, además, volvió los ojos, tan airados, que cuantos antes le solían ver estaban tan espantados que ni osaban mirarla. Y los demonios, reunidos luego, contra el que había hecho tal cosa, tal como monteros bien mandados, fueron en seguida a matarlo. Otros dos tahúres endemoniados hubo allí que fueron a esconder al tahúr muerto; sin embargo, los endiablados, con gran rabia, comenzaron a roerlos todos, y fueron ahogados en el río, porque el demonio no les dio vagar, para que fuesen escarmentados luego cuantos de esto oyesen hablar. El conde, cuando esto oyó, vino con caballeros armados, y fue a apearse ante la iglesia; y uno de aquellos caballeros más atrevidos dijo así: "No me cabe esto en el corazón; (a ver si) la piedra que me abrió las quijadas y me la véis traer, y que (por curarla) hube pagado muchos dineros, ¿no me la querrá sanar?". Cuando esto dijo, fue luego a meter bajo la imagen las piernas y costados y la cabeza y luego los huesos fueron bien soldados y devolvió la piedra por la boca. De esto fueron maravillados todos y él fue a poner la piedra, ante la imagen, sobre el altar estando allí hombres honrados.
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