sábado, 3 de marzo de 2018

146 Cantigas de Santa María






Como Santa María defendió a un doncel, hijo de buena dama de Briançon, que iba en romería a Santa María de Albesa y se encontró con sus enemigos en el camino, y le sacaron los ojos, y le cortaron las manos...
 "Quien, de corazón, encomendare lo suyo a Santa María, aunque reciba mal, creo yo que Ella puede dárselo sin daño."
 Por ende quiero hablaros de un milagro que oí contar a hombres buenos, que juraban que había pasado así. Lo mostró Santa María por una dama que solía morar en tierra de Briançon. Tenía un hijo que quería como el mayor bien, porque era quien la mantenía y, además, guardaba bien su haber, lo regía y sabía defenderlo bien y con razón.
 Pero, más que a nada, esa dama quería a la Reina espiritual y le rogaba, más que otra cosa, que le guardase a su hijo de todo mal y se lo encomendaba a menudo en sus oraciones. Y, además, tenía gran satisfacción en servir a Santa María, y, por su amor, a su casa de Albesa, a donde entonces hacía venir la Madre de Nuestro Señor a mucha gente de la Borgoña.
 Pero la madre le prohibió que fuese allí, de ningún modo, y discutió mucho con él diciéndole: "Hay gente por ahí de tus sandíos enemigos y sé muy bien que nada te salvará de la muerte." El no la creyó y se fue y tuvo un desastre por ir a visitar a la Madre de Dios, porque, en el camino por donde iba, se encontró con esos enemigos suyos que lo prendieron, y uno de aquellos malos, le sacó los ojos y después le cortó las manos con una falce.
Fuéronse ellos, y se quedó allí aquel lisiado, con muy gran cuita, y oyó gentes que iban derechamente a la iglesia a donde él quería ir, y les pidió de favor que tanto afán pusiesen en servir al que subió a los cielos el día de la Ascensión, que lo llevasen a Albesa. "Porque, dijo él, sé que la Virgen de prez me curará; no tengo duda en ello." Y uno de aquellos romeros lo hizo. Y la madre, ¿qué os diré? Cuando lo oyó se puso más negra que la pez o que el carbón y no quiso detenerse, sino que, como mujer cuitada, se fue luego allá, como quiera que tenía seguro que Dios había de devolverle a su hijo, sin maravedís, pero sano, porque mucho le era menester.
Y por ello, por San Dionisio, que a Albesa se fue de rondón. E hizo su duelo, como el que hace mujer cuitada, y con fe decía: "Señora a quien el mal desplace, veis lo mal que mi hijo yace, deshecho, ante Ti; por ello a Dios, tu Hijo, donde se asienta, ruégote que sano y en paz me lo devuelva; tanto te lo pido en don.
Ahora veré lo que harás, o si no te dueles de este mi mal, porque bien sé que tienes poder para hacerlo. Y es muy loco el que no cree que darías bien a los tuyos y que no quieres su provecho; por ello, hoy y no mañana, atiende mi petición." Diciendo esto, tal como lo dice mujer buena y fiel, luego la Santa Emperatriz, Madre del Dios Emmanuel, le hizo entonces unos ojos, pequeños, como de perdiz, pero muy hermosos, a aquel doncel y, de raíz, le crecieron las manos.


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