jueves, 11 de julio de 2019

212 Cantigas de Santa María







"Todo aquel que por la Virgen quiera hacer bien, por cosa grande que haga no lo perderá."
 Como le sucedió a una buena mujer en Toledo quien por amor a Santa María daba a cualquier pobre que le pidiese lo que tenía a mano de su haber si se lo pedía por su amor y tenían necesidad de ello. Hay en Toledo una costumbre que procede de tiempo atrás, que cuando allí quieren casarse las mujeres pobres, le piden entonces a las ricas algunas de sus alhajas, para poder así parecer más nobles en sus bodas. Aquella señora tenía entre su ajuar un rico sartal (collar), y cuando las pobres se casaban, se lo prestaba sin más; pero una vez su marido lo tomó a mal, y le prohibió severamente que lo prestase.
Por este motivo ella no osaba prestarlo ya jamás; pero esta vez una señora muy pobre le vino y le dijo: "Ay, señora, por Santa María hacedme una buena obra y prestadme un sartal para que lo pueda llevar mi hija en la boda". Pero ella, por el temor que tenía, lo dudó mucho; la otra no obstante, le rogó tanto que por amor de Santa María se lo diese que inmediatamente lo sacó de la "hucha" y le puso el sartal en sus manos a escondidas.
 Ella se lo dio a su hija y la llevó a bañar, como es costumbre de cuantas se quieren casar en Toledo; pero una mujer se lo robó y se fue a un lugar escondido, donde ni hombre ni mujer la pudieran ver. La otra, cuando salió del baño y buscó y no encontró el sartal allí donde lo dejara, dio voces y se arañó el rostro, pero una mora de aquella señora que oyó aquellas voces sobre el sartal que habían robado, fue y se lo dijo.
A la dueña, por el gran miedo del marido, se le demudó el rostro y entonces se fue a Santa María y se puso en oración ante su Majestad, y lloró y gimió mucho pidiéndole que aquella desgracia se tornase en alegría. La mujer que lo había robado estaba para salir de la villa y como vio que no había nadie ni delante ni detrás, tomó la decisión de ir a su casa, ya que no había nadie que pudiese conocer el hecho.
 Y volviendo a casa, creyó que mejor lo haría atajando por la iglesia, que no rodéandola; y al pasar por ella, la dueña que por su gran dolor y porque había llorado mucho, se había adormilado, estando entre sueños, se le pareció que su sartal lo llevaba aquella mujer que pasaba por allí; y despabilándose, la llamó y le sacó de su interior el sartal, que ella lo había escondido en su seno.



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