Había un hombre en Beja que era mayordomo del rey. Estaba triste porque no tenía heredero, pero luego su esposa quedó embarazada. Ella dio a luz a una hija, pero el bebé estaba desfigurado; su brazo, en lugar de colgarse, estaba unido a su costado.
Los padres del bebé pensaron que ella había nacido así por sus pecados y estaban muy tristes. Cuando la niña tenía un año, se enteraron de los milagros realizados en Terena y se unieron a un grupo de peregrinos que iban desde Beja. Cuando se acercaban al santuario, el bebé murió. La llevaron al cementerio.
A la mañana siguiente, después de que se dijera una misa, la niña volvió a la vida. Cuando la desenvolvieron de su sudario, los peregrinos vieron que su brazo había sido sanado. Todos dieron gracias a la Virgen y la gente de Beja y otras aldeas hicieron generosas ofrendas.
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