245 Cantigas de Santa María

En Portugal, entre los ríos Duero y Minho, deambulaban una banda de ladrones, compuesta por caballeros, escuderos y soldados de infantería. El que más robó fue considerado con la más alta estima. En São Salvador da Torre, un hombre vivió una buena vida y sirvió a la Virgen. A menudo iba a rezar en una capilla dedicada a ella y la decoraba con flores.
 Un día, pensando que era rico, los ladrones se apoderaron de este hombre. Lo subieron a un barco y lo llevaron a través del río, con la intención de retenerlo por rescate. Abusaron de él y lo retuvieron en el castillo de Neiva. Fue golpeado continuamente y el castellano amenazó con matarlo si no entregaba sus posesiones. Lo torturó, extendiéndolo en una viga y vertiendo agua fría sobre su cuerpo, que ya estaba negro de heridas. Cuando amenazaron con capturar a su esposa e hijos, el hombre prometió darles mil soldas leonesas, pero rechazaron su oferta.
 El hombre rezó a la Virgen para salvarlo y ella entró en el castillo. A la vista de todos ellos, ella lo desató y le dijo que vendría a salvarlo porque él la había servido en su capilla. Sus captores eran impotentes y pálidos de miedo. La Virgen sacó al hombre del castillo y lo llevó a las orillas del río Lima. Ella le indicó que lo cruzara y que fuera al monasterio y le contara a los frailes y al prior lo que había sucedido.
 El hombre tenía miedo de las aguas profundas, pero la Virgen lo exhortó a confiar en ella y comenzó a vadear. Sus pies ni siquiera se mojaron y no sufrió ningún daño. Después de haber cruzado el río, ingresó al monasterio y, antes del amanecer, se postró ante una estatua de la Virgen.
 Cuando los frailes vinieron a buscar maitines, lo miraron maravillados. No podían creer que había entrado porque el lugar estaba completamente cerrado. Les contó lo que había sucedido y prometió servir a la Virgen aún más celosamente.
 Incluso el castellano de Neiva y la banda de pícaros reconocieron el milagro. Cada uno se arrepintió y ninguno de ellos volvió a cometer malas acciones.