Las tres mordazas
· El bilingüismo es una situación inestable incluso cuando es natural, no digamos cuando es forzado
Por otro lado, la barrera en la competencia expresiva (la mordaza) no desaparece para el sujeto en cuestión en ningún momento de su vida, como lo demuestra la tendencia generalizada al uso de la lengua habitual incluso entre los funcionarios a los que se ha exigido demostrar su competencia en la lengua inhabitual para acceder al puesto. Incluso entre ellos mismos, su tendencia natural es la de usar la lengua que no entraña una barrera cognitiva y expresiva (huyen de la mordaza). Sólo donde es obligatorio el uso de la lengua inhabitual se respeta, y aún así sólo en la topografía de la obligatoriedad. Más allá, en el ámbito espontáneo, los chavales vuelven a su idioma porque los niños son seres de una practicidad a prueba de entusiasmos patrióticos.
Estos datos objetivos interpelan el futuro de la lengua vernácula inhabitual o minoritaria para cuando, algún día maravilloso, se alcanzase el desiderátum óptimo de que todos los vascos vivientes hubiesen sido escolarizados y por ello fuesen ‘competentes’ en esa lengua (digo ‘competentes’ con comillas por lo de la barrera). Ese día en que un cien por cien de la población fuera ‘competente’ en ambas lenguas. Porque tal día, probablemente, señalaría un doble hito: el de la expansión máxima de la lengua vernácula sí, pero a la vez el del comienzo de su declive regresivo hacia posiciones parecidas a las de partida. A partir de ese día cada uno tendería a volver a usar en su vida cotidiana la lengua que dominase sin mordazas cognitivas y expresivas, de manera que el conjunto poblacional, dejado a su libre espontaneidad, tendería a volver a los puntos de partida, cada cual utilizando la lengua pará él más habitual. El bilingüismo es una situación inestable incluso cuando es natural, no digamos cuando es forzado.
La única manera de evitar esa vuelta a la habitualidad espontánea sería la coerción lingüística directa. Tal como propone algún autor que tiene responsabilidades políticas actualmente, se fijaría por ley que ciertos servicios públicos (la sanidad, por ejemplo) dejasen de ser proveídos de manera bilingüe y lo fuesen sólo en lengua vernácula, de manera que el desconocimiento o uso insuficiente de ésta impediría el acceso al servicio. Ya se hace en Flandes. Sólo así se evitaría el funcionamiento implacable de las reglas implícitas en el uso de las lenguas, la primera de las cuales es la facilidad comunicativa: es decir, que cada cual habla lo que más fácilmente y mejor le permite comunicarse con su entorno.
El Informe Internacional de Evaluación de Capacidades en la enseñanza conocido como Informe PISA excita periódicamente el interés público por conocer el puesto exacto en que se clasifica cada país o paisito. Y, sin embargo, esta excitación superficial deja de lado otras conclusiones que suministra el informe y que son más interesantes.
Una de éstas es el asunto de la lengua que se utiliza para las pruebas en aquellos países en que existen alumnos sujetos a una lengua de instrucción distinta de su lengua habitual. Los sucesivos estudios PISA han puesto de manifiesto que en países de este tipo (casos de Quebec, Hong-Kong o Luxemburgo) la utilización para las pruebas de la lengua de instrucción en el caso de los alumnos que poseen como lengua habitual o de entorno otra distinta constituye «una importante barrera para la mayoría de esos alumnos a la hora de entender el texto de la prueba, interpretar su contenido y expresar sus ideas y sus respuestas». Es por ello por lo que se decidió en Euskadi que los alumnos efectuasen las pruebas en su lengua habitual o de entorno y no en la de instrucción. Aunque el alumno estuviese siendo escolarizado en euskera, la prueba la harían en castellano a no ser que su ambiente familiar fuese total y absolutamente euskaldun (los cuatro abuelos).
Una de éstas es el asunto de la lengua que se utiliza para las pruebas en aquellos países en que existen alumnos sujetos a una lengua de instrucción distinta de su lengua habitual. Los sucesivos estudios PISA han puesto de manifiesto que en países de este tipo (casos de Quebec, Hong-Kong o Luxemburgo) la utilización para las pruebas de la lengua de instrucción en el caso de los alumnos que poseen como lengua habitual o de entorno otra distinta constituye «una importante barrera para la mayoría de esos alumnos a la hora de entender el texto de la prueba, interpretar su contenido y expresar sus ideas y sus respuestas». Es por ello por lo que se decidió en Euskadi que los alumnos efectuasen las pruebas en su lengua habitual o de entorno y no en la de instrucción. Aunque el alumno estuviese siendo escolarizado en euskera, la prueba la harían en castellano a no ser que su ambiente familiar fuese total y absolutamente euskaldun (los cuatro abuelos).
Lo que llama poderosamente la atención en este asunto es el motivo empíricamente comprobado que hay detrás de esa decisión: que es la de que el uso de una lengua distinta de la habitual de su entorno constituye para el alumno una barrera importante tanto para la comprensión cognitiva como para la exposición de su pensamiento, a pesar de que es la lengua en que está siendo escolarizado desde su niñez. Y llama la atención porque es bastante evidente que esa barrera no se produce sólo y únicamente el día de la prueba PISA y con los exámenes de PISA (tal cosa sería un milagro), sino que se verifica todos los días, todos y cada uno de los días de la escolarización. O, lo que es lo mismo, que los alumnos escolarizados en un idioma que no es el habitual de su entorno están cargados con un importante lastre para entender lo que se les enseña y sujetos a una cierta mordaza para expresar lo que aprenden, y que eso ocurre de continuo año tras año. Conclusión obligada que, sin embargo, contradice todas las afirmaciones que oficialmente se efectúan sobre la enseñanza en el País Vasco, en donde se nos vende por la Administración la idea de que los idiomas se adquieren en la infancia sin esfuerzo ni coste
cognitivo alguno.
Ahora bien, sucede al mismo tiempo que los niveles de ambos grupos de alumnos (los escolarizados en su idioma habitual y los que no lo son) son similares en la prueba PISA si a todos se les permite examinarse en su idioma habitual. Es decir, el alumno erdeldun demuestra que sabe lo mismo que el euskaldun siempre que le dejen examinarse en castellano, luego ha aprendido lo mismo a pesar de la barrera de ser escolarizado en idioma inhabitual para él. ¿Cómo es posible?
Salvo que impugnemos la validez de las pruebas mismas, sólo cabe una explicación: que el alumno de ambiente castellanoparlante hace un esfuerzo extra en el aprendizaje gracias al cual supera el lastre a que está sometido. Aunque le cuesta más, aprende lo mismo y lo demuestra si le dejan usar su lengua propia. La pregunta que ello suscita, claro está, es la de si ese sobresfuerzo que se le exige está bien aprovechado invirtiéndolo en lo que lo invierte el sistema (poseer otro idioma a pesar de que no llega a dominarlo nunca como la propia prueba demuestra), o sería mejor aprovechado invirtiéndolo en la adquisición de otras capacidades cognitivas.Por otro lado, la barrera en la competencia expresiva (la mordaza) no desaparece para el sujeto en cuestión en ningún momento de su vida, como lo demuestra la tendencia generalizada al uso de la lengua habitual incluso entre los funcionarios a los que se ha exigido demostrar su competencia en la lengua inhabitual para acceder al puesto. Incluso entre ellos mismos, su tendencia natural es la de usar la lengua que no entraña una barrera cognitiva y expresiva (huyen de la mordaza). Sólo donde es obligatorio el uso de la lengua inhabitual se respeta, y aún así sólo en la topografía de la obligatoriedad. Más allá, en el ámbito espontáneo, los chavales vuelven a su idioma porque los niños son seres de una practicidad a prueba de entusiasmos patrióticos.
Estos datos objetivos interpelan el futuro de la lengua vernácula inhabitual o minoritaria para cuando, algún día maravilloso, se alcanzase el desiderátum óptimo de que todos los vascos vivientes hubiesen sido escolarizados y por ello fuesen ‘competentes’ en esa lengua (digo ‘competentes’ con comillas por lo de la barrera). Ese día en que un cien por cien de la población fuera ‘competente’ en ambas lenguas. Porque tal día, probablemente, señalaría un doble hito: el de la expansión máxima de la lengua vernácula sí, pero a la vez el del comienzo de su declive regresivo hacia posiciones parecidas a las de partida. A partir de ese día cada uno tendería a volver a usar en su vida cotidiana la lengua que dominase sin mordazas cognitivas y expresivas, de manera que el conjunto poblacional, dejado a su libre espontaneidad, tendería a volver a los puntos de partida, cada cual utilizando la lengua pará él más habitual. El bilingüismo es una situación inestable incluso cuando es natural, no digamos cuando es forzado.
La única manera de evitar esa vuelta a la habitualidad espontánea sería la coerción lingüística directa. Tal como propone algún autor que tiene responsabilidades políticas actualmente, se fijaría por ley que ciertos servicios públicos (la sanidad, por ejemplo) dejasen de ser proveídos de manera bilingüe y lo fuesen sólo en lengua vernácula, de manera que el desconocimiento o uso insuficiente de ésta impediría el acceso al servicio. Ya se hace en Flandes. Sólo así se evitaría el funcionamiento implacable de las reglas implícitas en el uso de las lenguas, la primera de las cuales es la facilidad comunicativa: es decir, que cada cual habla lo que más fácilmente y mejor le permite comunicarse con su entorno.
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