TEXTO GALAICO-PORTUGUÉS
La literatura mariana brilla con luz propia entre los escritos del siglo XIII. Toda ella, bajo la denominación común de "milagros de Nuestra Señora", es la expresión ingenua de una devoción filial manifestada en cuartetas u octavillas en verso tetrástrofo no octosílabo. Su carácter es piadoso y maravilloso y su intencionalidad didáctica. Su lectura constituyó entretenimiento de nobles y encanto de plebeyos. Las situaciones humanas descritas en cada uno de estos apólogos coinciden con las de los propios lectores u oyentes, aunque el deseo de exaltar la intercesión de María les llevaba a sus autores muchas veces a inventarlas o exagerarlas. Estas leyendas eran patrimonio común de todo el occidente cristiano.
Así se explica la repetición de las mismas en múltiples colecciones y la asignación a otros santos de tan maravillosas intervenciones. Hay matices hispánicos o germánicos, también orientales, pero podrían reducirse a unos cuantos temas toda esta amplia literatura, que hizo escribir al Rey Sabio más de cuatrocientas cantigas. Si los lugares cambian, si los nombres varían, el tema permanece: la intercesión de María en favor del fiel devoto suyo. El "milagro", cuyo estudio iniciamos, reviste tales características que bien podría decirse que es una narración alegórica, pues, si bien la dramatización del suceso está llevada a cabo por hombres y situaciones humanas, sus nombres y el significado de cada uno de los elementos nos transfiere constantemente a ideas universales que transcienden la situación concreta. La venta del alma por conseguir el poder, el judío como intermediario del demonio, como mal consejero, (María como intercesora y el mismo nombre de Teófilo), son elementos que igualmente se pueden atribuir a toda situación humana que, ambiciosa de poder, se deja llevar de un mal consejero y accede a cuanto él le sugiere por conseguirlo, aunque luego recapacite y quiera volver a la tranquilidad de conciencia. El Bien y el Mal tienen sus intermediarios y entre ellos el deseo de poder como tentación constante. El hombre, aunque temeroso de Dios, se deja vencer por ella y el Mal condiciona la concesión del poder: la negación del Bien. Es el triunfo del Mal sobre el Bien, triunfo que en cristiano no es admisible, porque el Mal fue vencido definitivamente. Esta íntima convicción es la que hace a Teófilo acudir al que venció al Mal, Jesucristo, pero a través de María. La intercesión de María, su poder suplicante, es una constante de estos "milagros". La solución feliz y la penitencia culminan el relato alegórico. "El Milagro de Teófilo" no puede asignarse a un hombre concreto, sino a la situación humana, tentada desde el principio. Es el "seréis como dioses" de la narración genesíaca; es la debilidad humana que cede a la tentación; es la vuelta a la situación primitiva a través de una serie de mediaciones. Tres autores, bien significativos, entre otros, se hacen eco en el siglo XIII de este "milagro": Gautier de Coinci, Gonzalo de Berceo y Alfonso X el Sabio. Los tres, con extensión diferente y métrica distinta, nos transmiten lo esencial del relato. ¿Qué dependencia hay entre ellos? Esta es una de las primeras cuestiones que examinaremos
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