Un don divino.
Los griegos hablaban del lenguaje como de un don otorgado graciosamente por los dioses al ser humano. El filósofo Heidegger quería al lenguaje como «casa del ser» y al ser humano como «pastor del ser y del lenguaje». Una forma de hablar en resumen de lo excelso y único de esa potencia humana de expresar sus ideas en signos verbales.
Los griegos hablaban del lenguaje como de un don otorgado graciosamente por los dioses al ser humano. El filósofo Heidegger quería al lenguaje como «casa del ser» y al ser humano como «pastor del ser y del lenguaje». Una forma de hablar en resumen de lo excelso y único de esa potencia humana de expresar sus ideas en signos verbales.
Pues bien en esta España de la crisis y de la permisividad galopante, de la trituración de la inteligencia, como decía Umbral, por obra de la basura televisiva, los vídeo juegos, los sms, etcétera, es también este precioso don de los dioses que es el lenguaje el sometido a una labor de agresión y trituración como nunca la habían conocido los siglos.
No sólo la ortografía...
Dejando ahora a un lado la acumulación creciente de anglicismos y galicismos como fauna parasitaria que invade la lengua española quiero comenzar por la que llamamos Ortografía. Los profesores de primaria y secundaria saben algo de esta catástrofe ortográfica. Se ignoran el punto, el punto y seguido, el punto y aparte, la coma, el punto y coma, los dos puntos. Se confunden la b con la v, la g con la j, se duda si una palabra comienza o no con h. El mismo Umbral al que he aludido hablaba hace unos años en forma irónica de la necesidad de abrir un Ministerio de Ortografía. De la Ortografía podemos pasar a la Gramática y a la Sintaxis. También reina en este dominio una ignorancia considerable. Dejando a un lado el consabido mal uso del condicional en vez del subjuntivo, del «si sabría» por el si «supiera» frecuente aún aquí en el País Vasco, quiero fijarme en el uso erróneo de las llamadas preposiciones. Debemos decir, por ejemplo «ganaron por diez» en vez del tan deportivo «ganaron de diez». No es tampoco correcto decir «mirarse al espejo» sino «mirarse en el espejo». Es mejor decir «desde este punto de vista» que «bajo este punto de vista», «a través de este prisma» que «bajo este prisma». Como error de género es casi total el mal uso de antípodas como femenino cuando lo correcto en los mejores escritores es decir los antípodas. Como decimos los planetas y no las planetas. Y no hay manera de librarse del uso «usque al nauseam» de expresiones como «ponerse las pilas», «venderle una moto», «si ó sí», «a nivel de», etc.
El lenguaje como arma política.
Pero hay otra agresión al lenguaje en cuya comparación ésta que acabo de mencionar resulta inocente. Es a la que alude el gran lingüista alemán Víctor Klemperer en su conocida obra El lenguaje del tercer Reich. Es la manipulación del lenguaje como un arma al servicio no de la verdad sino de una ideología siniestra. Sabía muy bien la cúpula nacional-socialista que las palabras no son neutrales, que ellas configuran cuando se las usa de una manera refinada toda una mentalidad. Sobre todo si se hace uso de ellas de una manera masiva desde un poder que controla los medios de comunicación. La ideología de la pureza de sangre, de pueblos superiores e inferiores, de una obediencia sin límites a un caudillo que vela día y noche por su pueblo calaron en millones de alemanes con las consecuencias que sabemos. Nuestros nazis domésticos aprendieron esta metodología. Su lenguaje ofrece notables semejanzas. Es el del victimismo, el del conflicto ancestral, el del nacionalismo a ultranza, el de la tergiversación de significados. El terrorismo es «guerra de liberación», la extorsión pecuniaria «impuesto revolucionario», el terrorismo callejero «kale borroka», los terroristas «gudaris».
Una excepción en la blasfemia : América Latina
Concluyo con la que es para mi la agresión máxima al lenguaje que tiene lugar cuando éste se usa para enfangar el sacrosanto nombre de Dios. Por desgracia sigue siendo aún en nuestro país una costumbre abominable. Es la blasfemia. En todos los años de mi estancia en América Latina jamás escuché una blasfemia ni ningún uso soez del nombre de Dios. Miento, sólo una vez en el aeropuerto de Panamá. Pero el que profirió la blasfemia era un gallego. Concluyo ya. La broma de Paco Umbral pidiendo un Ministerio de Ortografía o de Gramática y Sintaxis contiene una verdad de fondo. Tenemos que velar por nuestro lenguaje, por el uso que hacemos de él. Tenemos que amar las palabras, mimar las palabras, venerar las palabras. No olvidemos que junto con el envilecimiento de nuestro lenguaje camina otro envilecimiento aún más serio que es el de nuestra propia condición humana.
ALFREDO TAMAYO AYESTARÁN SJ JESUITA
No sólo la ortografía...
Dejando ahora a un lado la acumulación creciente de anglicismos y galicismos como fauna parasitaria que invade la lengua española quiero comenzar por la que llamamos Ortografía. Los profesores de primaria y secundaria saben algo de esta catástrofe ortográfica. Se ignoran el punto, el punto y seguido, el punto y aparte, la coma, el punto y coma, los dos puntos. Se confunden la b con la v, la g con la j, se duda si una palabra comienza o no con h. El mismo Umbral al que he aludido hablaba hace unos años en forma irónica de la necesidad de abrir un Ministerio de Ortografía. De la Ortografía podemos pasar a la Gramática y a la Sintaxis. También reina en este dominio una ignorancia considerable. Dejando a un lado el consabido mal uso del condicional en vez del subjuntivo, del «si sabría» por el si «supiera» frecuente aún aquí en el País Vasco, quiero fijarme en el uso erróneo de las llamadas preposiciones. Debemos decir, por ejemplo «ganaron por diez» en vez del tan deportivo «ganaron de diez». No es tampoco correcto decir «mirarse al espejo» sino «mirarse en el espejo». Es mejor decir «desde este punto de vista» que «bajo este punto de vista», «a través de este prisma» que «bajo este prisma». Como error de género es casi total el mal uso de antípodas como femenino cuando lo correcto en los mejores escritores es decir los antípodas. Como decimos los planetas y no las planetas. Y no hay manera de librarse del uso «usque al nauseam» de expresiones como «ponerse las pilas», «venderle una moto», «si ó sí», «a nivel de», etc.
El lenguaje como arma política.
Pero hay otra agresión al lenguaje en cuya comparación ésta que acabo de mencionar resulta inocente. Es a la que alude el gran lingüista alemán Víctor Klemperer en su conocida obra El lenguaje del tercer Reich. Es la manipulación del lenguaje como un arma al servicio no de la verdad sino de una ideología siniestra. Sabía muy bien la cúpula nacional-socialista que las palabras no son neutrales, que ellas configuran cuando se las usa de una manera refinada toda una mentalidad. Sobre todo si se hace uso de ellas de una manera masiva desde un poder que controla los medios de comunicación. La ideología de la pureza de sangre, de pueblos superiores e inferiores, de una obediencia sin límites a un caudillo que vela día y noche por su pueblo calaron en millones de alemanes con las consecuencias que sabemos. Nuestros nazis domésticos aprendieron esta metodología. Su lenguaje ofrece notables semejanzas. Es el del victimismo, el del conflicto ancestral, el del nacionalismo a ultranza, el de la tergiversación de significados. El terrorismo es «guerra de liberación», la extorsión pecuniaria «impuesto revolucionario», el terrorismo callejero «kale borroka», los terroristas «gudaris».
Una excepción en la blasfemia : América Latina
Concluyo con la que es para mi la agresión máxima al lenguaje que tiene lugar cuando éste se usa para enfangar el sacrosanto nombre de Dios. Por desgracia sigue siendo aún en nuestro país una costumbre abominable. Es la blasfemia. En todos los años de mi estancia en América Latina jamás escuché una blasfemia ni ningún uso soez del nombre de Dios. Miento, sólo una vez en el aeropuerto de Panamá. Pero el que profirió la blasfemia era un gallego. Concluyo ya. La broma de Paco Umbral pidiendo un Ministerio de Ortografía o de Gramática y Sintaxis contiene una verdad de fondo. Tenemos que velar por nuestro lenguaje, por el uso que hacemos de él. Tenemos que amar las palabras, mimar las palabras, venerar las palabras. No olvidemos que junto con el envilecimiento de nuestro lenguaje camina otro envilecimiento aún más serio que es el de nuestra propia condición humana.
ALFREDO TAMAYO AYESTARÁN SJ JESUITA
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