Cuando el obispo de Cuenca vino allí, ordenó que se quitara la estatua porque no le gustaba su aspecto. Un sacerdote retiró la estatua del altar, pero al día siguiente descubrió que había vuelto a su lugar anterior. Al pensar que alguien había movido la estatua, el sacerdote la movió una vez más y cerró la iglesia.
Cuando regresó al amanecer, descubrió que la estatua había vuelto al altar principal y se la mostró a los que estaban reunidos para la misa. Todos elogiaron a la Virgen por el milagro y la gente vino a adorar y hacer ofrendas.
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