Ésta es de cómo un peregrino francés que iba a Santiago pasó por Santa María de Villasirga y no pudo sacar de allí un bordón de hierro que llevaba como penitencia.
"Santa María concede de grado su merced y su piedad a quienes se lo piden humildemente por sus pecados."
Que por su propia humildad, Ella es luz y espejo, lo mismo que cobijo y consuelo, de todos los pecadores, y con su virginidad aherrojó en prisión al demonio que ansiaba someternos. Esta Virgen coronada ruega siempre a su Hijo que nos perdone los desvaríos y pecados que cometemos en esta vida mezquina como abogada nuestra que es.
Por eso os diré un milagro suyo si queréis escucharme:
En la villa de Toulouse vivía un hombre bueno que, aunque pecaba, tenía siempre gran fe en la Virgen gloriosa, y esta piadosa Señora le demostró bien que le tenía buena voluntad.
El buen hombre, consciente de haber pecado, fue a confesar una vez; terminada la confesión, su abad le impuso como penitencia que se dispusiera a ir a Santiago portando un bordón de hierro de veinticuatro libras de peso, el cual, de un modo u otro, a cuestas o en la mano, habría de llevar hasta depositarlo ante el altar del Apóstol sin ocultarse de nadie.
Él cumplió sin falta el mandato de su abad: sin tardanza mandó hacer el bordón de -¡Dios me valga!- veinticuatro libras, ni una pizca menos, tal como me contó verazmente quien lo presenció. Y andando ya por Castilla con su bordón llegó en su camino franco cerca de la iglesia que llama de Villasirga y preguntó a la gente qué era aquel lugar, a lo que le respondió un fraile: "Este lugar, llamado Villasirga, es muy maravilloso, aquí hace siempre muchos y buenos milagros la Virgen Santa María, Madre del Rey poderoso, y ésta es su iglesia, rodeada de su heredad.
" El peregrino, que amaba mucho a la Virgen dechado de perfecciones, dejó el camino, acercóse a la iglesia y entró en ella, donde la Virgen gloriosa, que es toda bondad, escuchó su plegaria: perdón para sus pecados pidió cumplidamente, diciendo: "Ay, Santa María, te ruego perdón por esto." Y acto seguido, se partió por la mitad el grueso bordón que acababa de poner a los pies de su Majestad.
Él miró el bordón partido y quedó maravillado al verlo roto efectivamente en dos trozos. Se persignó , lo mismo que todos los que estaban allí; luego se incorporó dispuesto a recogerlo e irse para cumplir su penitencia, pero no pudo sacar de la iglesia el bordón que yacía allí roto en dos pedazos, a pesar de todos los esfuerzos que hizo, y era hombre fornido, hasta que desistió por juzgar inútil su afán y, llorando, dijo: "Ay, Madre de Dios, reparad en vuestra gran merced y no en mi insensatez desmedida y fiera, que me incita a cometer la locura de querer llevarme vuestro bordón; valedme vos, Virgen pura, válgame vuestra bondad y perdonádmelo."
Y contó allí toda la historia del bordón que llevaba, tal como la oísteis; todos loaron a Dios y a su Madre Virgen, y el clero entonó luego la "Salve Regina" ensalzando la virginidad de esta Madre gloriosa, autora de semejante milagro, por el que entendieron que el buen hombre había quedado exonerado de su penitencia, pues al quebrarle la tremenda carga férrea que llevaba, rota quedaba su maldad.
De allí partió más tarde hacia Santiago para cumplir su peregrinación y luego volvió a su tierra, donde sirvió muy bien y de corazón a la Virgen Santa María. A la cual, por este milagro, rogadle todos ahora que nos conceda servirla en este mundo y nos proteja contra el pecado, el error y el mal bullicio, de modo que todos merezcamos vivir bienquistos de Ella y de su Hijo, y cantad por ello "amén".
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