sábado, 2 de mayo de 2015

La fuente vieja.




Blanca siempre sobre el pinar siempre verde;
 rosa o azul, siendo blanca, en la aurora;
de oro o malva en la tarde, siendo blanca;
verde o celeste, siendo blanca en la noche;
¡ ayyyy , ayyyy ! la Fuente Vieja,
De ella fui a todo. De todo torné a ella.

Platero, donde tantas veces me has visto parado tanto tiempo, encierra en sí, como una clave o una tumba, toda la elegía del mundo, es decir, el sentimiento de la vida verdadera. En ella he visto el Partenón, las Pirámides, las catedrales todas. Cada vez que una fuente, un mausoleo, un pórtico me desvelaron con la insistente permanencia de su belleza, alternaba en mi duermevela su imagen con la imagen de la Fuente vieja. De ella fui a todo. De todo torné a ella. De tal manera está en su sitio, tal armoniosa sencillez la eterniza, el color y la luz son suyos tan por entero, que casi se podría coger de ella en la mano, como su agua, el caudal completo de la vida. La pintó Böcklin sobre Grecia; fray Luis la tradujo; Beethoven la inundó de alegre llanto; Miguel Ángel se la dio a Rodin. Es la cuna y es la boda; es la canción y es el soneto; es la realidad y es la alegría; es la muerte. Muerta está ahí, Platero, esta noche, como una carne de mármol entre el oscuro y blando verdor rumoroso; muerta, manando de mi alma el agua de mi eternidad.

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

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