La Virgen viene siempre a acudir en las grandes cuitas quien fia en su bien."
Cómo, cierta vez, socorrió, ante el rey don Alfonso, como ahora os diré, a un hombre que hubiera muerto, bien lo sé, si no fuese por la que nos guarda.
Esto sucedió en el rio que suelen llamar el Henares, adonde el rey había ido a cazar, y un halcón suyo había llegado a matar a una garza confiando en su mucha superioridad, pues aunque la garza se remontó mucho, aquel halcón la alcanzó presto y, de un golpe, le quebró un ala, y cayó al agua de tal manera que los perros no podían acudir a ella, porque el río corría poderosamente, por lo que hubieron de perderla.
Pero el rey dio voces: "¿Quién será, quien, el que entre por la garza y la conduzca luego y me la traiga aqui?" Y uno de Guadalajara dijo así: "Señor, yo la traeré a este lado del rio."
Y luego en él se metió con sus botas, que no se las quitó y se llegó hasta la garza y la cogió por la cabeza, y quisiera volver, porque tenía mucha satisfacción en darle la garza al rey, su señor.
Pero el agua le hizo girar alrededor, de forma que le hizo perder el sentido. Porque la fuerza del agua le tomó de tal modo que le sumergió dos o tres veces, pero él llamó, muy cortés, a la Virgen que parió a Jesucristo en Belén.
Y todos, a su vez, se sumaron a ello; pero el rey dijo:
"No le pasará mal alguno; porque no habrá de quererlo la Madre espiritual que nos guarda y nos tiene en su poder."
Y, aunque todos decían: "Es muerto." el rey decía: "No lo es, a fe mía, porque no lo querrá Aquella que está siempre con Dios y que no nos abandona."
Y así fue, porque luego, sin mentir, lo hizo la Virgen salir del río, vivo y sano, y venir hasta el rey, con su garza, que trajo de tan allá.
Y fue a darsela luego, sin demora, al rey, que bendijo mucho a la del buen talante, por este milagro que hizo tan grande, y todos respondieron luego: "Amén."
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